Mis relatos favoritos
«Mi vida con la ola» (de Arenas movedizas, 1949, en Libertad bajo palabra) | Octavio Paz
Alguien dirá que esta ola que ha venido a romper a un golfo de sombra no es relato. Que tiene el vuelo y la sazón de poema, y que su lengua canta lo que los poemas entonan: la belleza, personificada en una mujer líquida. Lo mudable, participado por su esencia de duna pasajera, como labrada por el viento y el agua. Lo que se amó, entornado por la brisa, llevado a su cima falaz, a su querido promontorio, y luego a la sima más atroz. Que esto que dejó arado Octavio Paz (1914-1998) en sus Arenas movedizas (1949) bien podía haberlo rociado Bécquer en sus Rimas o veteado el cholo Vallejo en su Trilce. Sin embargo, para mí este poema en prosa, este cuento con envoltorio de poema (o al revés), este contema, quedó, cual narración de abuelo, encerrado en el retén de los menudos contenidos: inspectores de policía, tranvías, picahielos… Paz tiene aquí, yo lo encuentro así, la virtud del poeta que cuenta, más allá de la cháchara o el chisme, pero más acá del suspiro o el grito. Cuando termina lo que nos dice me guardo, aterido, el poema de lo bello voluble, de lo que alguna vez gozamos, pero me escondo en el bolsillo, como niño revivo, el juguetito goloso de su historia, reflejado en los domésticos, geométricos, gélidos taquitos en que queda convertida toda una señora ola.
Los amantes del surrealismo encontrarán en este Paz de movedizas arenas a un artífice depurado, que maneja como nadie los pulsos de la violencia y el delirio. En otras prosas, como «El ramo azul» o «Cabeza de ángel», la maceta de ojos o la cabeza soñada que se busca por las esquinas son los trasuntos de la irracionalidad, elevada al cubo de lo hermoso. Crueldad, desgarro, deseo. Estos son los senderos que llevan al redescubrimiento de la palabra que es la poesía. También está en este librito la paradoja (individuos que llegan a casa para encontrarse, o no), la desazón de serse, en una prisa que es y ya no es, el nombrar a alguien para, simplemente, matarlo…
Queda este libro en el hato de los escritos breves (las iluminaciones rimbaudianas, los asnales relámpagos de Juan Ramón, las eternidades labradas en una nube de recuerdos de Cernuda) que van derramando su miga de puntos suspensivos, para reaparecer en nuestras vidas cuando menos lo esperamos pero más deseamos que la voz –esta por ejemplo, sin dimensión ni tiempo, pero tan mexicana– nos resucite.
La historia, casi historieta de amor del poeta y su ola termina ahogándose de puro cotidiana. Como en las bellas estampas de Hiroshige, son pocos los elementos, y en sentido ascendente (una ola, un pájaro, una nube); lo que acaba por definirlos o aniquilarlos es nuestra visión o revisión, creadora o agotada. En este sentido, y aunque nos agarremos al romance de la ola, late en todo el texto esa como descripción personificada del proceso creativo que gustan de dejarnos los poetas sentidos, ese vino primera pura tan juanramoniano. Y en esas parece estar Paz cuando nos salpica, desde el velamen de su atalaya, con versos casi nerudianos: “se puso fría; dormir con ella era tiritar toda la noche y sentir cómo se helaban paulatinamente la sangre, los huesos, los pensamientos”.
[…] propio lector – preguntarse por qué genialidades como la ola portátil de Mi vida con la ola de Octavio Paz o algo del mejor Arreola no figuran aquí, pero no es cuestión de ganar ningún urgente campeonato […]
[…] encima de eso, como La gran ola de Kanagawa que sigue mojándonos, Mondrian sigue siendo influencia, pensamiento asomado en las obras de hoy, […]