fm|al con el X Festival de Cine Europeo
Holy Motors | Leos Carax, 2012
El año pasado por estas fechas tuve la intención de comenzar este blog sólo por darme el gusto de comentar mis impresiones sobre esta película. Hoy he acabado de visionar muchas de las que formaron el elenco del X Festival de Cine Europeo de Sevilla y, aunque ya tenemos desde anteayer el honroso palmarés de esta edición, para mí ésta sigue siendo también la mejor de las que he visionado este año.
Han pasado unos cuantos meses y otras tantas –como semanas, como días…– interpretaciones de esta propuesta fílmica de Leos Carax. ¿Es un manifiesto, una burla, un reclamo, un anuncio, un panfleto, una recreación, un dislate, un canto, un ensayo, una consolación, una plegaria, un conjuro, un himno, una reverberación…?
Para mí –es una opinión personal, totalmente rebatible pero consolidada por el disfrute de varios visionados– es, simplemente, cine. Imagen en movimiento, significando, comunicando a la velocidad de la luz, acumulando, fotograma tras fotograma, un significado. ¿Cuál?
La interpretación más directa nos sitúa en una especie de disquisición metacinematográfica sobre el poder del actor para desarrollar las máscaras que vienen a ser los distintos personajes de la película: qué puede más o menos limitar ese poder, hasta dónde la interpretación no cede ante lo íntimo, qué pasa cuando se transgrede lo personal mediante lo que se interpreta… Pessoa, el poeta portugués de los heterónimos, hubiera gozado con unos segundos siquiera de esta producción.
Otra interpretación nos sitúa ante un manifiesto manierista –por así decirlo–, un cargamento de estilo desbordado, donde la violencia antecede a la belleza pero no la sustituye, sino que acaba como apaciguada, domeñada por ella. Es la furia del “merde”, la bestia que emerge, dinámica y atroz, de las alcantarillas, devorando flores, tarifando entre las cibertumbas, y acaba subyugada por la modelo, la bella estática y sutil, compartiendo un cigarrillo con ella. Aquí a quienes me imagino gozando es a Rimbaud o, en la música, a Stravinsky, fabricantes de orgías sensitivas con sus rozagantes palabras o con el aleteo oriental de sus notas.
Luego está también, engarzando casi con la anterior, la interpretación coreográfica, que hace de cada secuencia el escenario de una pieza de ballet gigantesca y desenfrenada, casi cósmica, que alterna suites de amorosa lentitud con tempi acelerados y de una belleza plástica inusitada –como el de las luces danzantes sobre fondo negro–
o de una musicalidad exacerbada, como el entreacto del coro de acordeonistas que emerge de una oscura iglesia, proclamando una religión cuyo dios está hecho de acordes y penumbra.
Me quedo en todo caso con el sentido, si se quiere, más superficial, a lo mejor el más narrativo, el que hubiera firmado quizá el Cortázar de La autopista del sur, y que consiste en esa trama tan deformante que, cual cuento de estirpe kubrickiana (qué grata reminiscencia de las secuencias más oníricas de Eyes wide shut), se inicia cada amanecer a golpe de limusina y convierte a los espectadores, a fuerza de dinamismo y cambio –en el sentido más puro del termino– en egoístas sultanes, que demandan del Denis Lavant que da vida a las mil y una máscaras de este relato fantasmagórico una Sherezade postmoderna, o mejor posthistórica, para soñar después de la Historia, después del amor, después de la derrota, después de ese final o cesación de todo que ejemplifica soberanamente, en el arte de la composición, un platillazo, una coda, un silencio de blanca…
Se cuenta, en el instante meridianamente más lúcido de esta historia, que la belleza no está sino en el ojo del que observa. Esto es –y ahora me doy cuenta, más de un año después– lo que más me gusta de Holy Motors. Que se van desenvolviendo uno a uno sus velos de doncella soñadora y aterrada, para que después, y de repente, como niños que abrimos la mano debajo de la almohada, al fin miremos y encontremos… nada.
No escribo tan sofisticadamente como tu. Pero si que compartimos algo, y es el gusto por esta película. A mi la verdad que también me impacto cuando la vi. Que manera de jugar con el espectador, hasta pienso que el director se burla de la lógica y concentración de quien la esta viendo sin preparación. Un desafío a la mente. Un poco snob. Exquisita. Cine abstracto. Y si, porque no, un poco malditidista (la palabra no existe, pero me entiendes) , al estilo Rimbaud. Saludos Felix!
Y ese toque maldito, cafre, de Rimbaud, es precisamente lo que me gusta! El personaje del Merde me parece directamente salido de las Iluminaciones, vamos. ¿Le gustaría a Rimbaud esta película? Esto es historia de la literatura-ficción, pero no puedo dejar de pensarlo Es una película ante la que yo reacciono como ante un imponente castillo de fuegos artificiales, pero luego me pongo a pensar… y no paro, se me ramifica en la cabeza. Gracias por la lectura atenta, un abrazo!.
Cuantas veces la has visto? Yo, solo una vez.
PD. Y claro que te leo atentamente.
Uff, creo que con la del Festival van… 5. Ten en cuenta que también la programaron el año pasado y ya repetí. Reconozco que se me va un poco la cabeza con la película, la verdad. Gracias por el comentario, saludos!
Felix: has visto el «Arca Rusa»?
Película alucinante, con uno de los finales más sorpresivos y «visuales» que he visto. Parece como soñada. Merecería un blog ella sola…y cómo se hizo. Un saludo!
Si! es majestuosa. Arte puro y es verdad, merece un blog… Saludos Felix.
PD. El hijo prodigo de Rembrant… de los mejores momentos.
Compleja interpretación de una obra que da para debatir largamente (solo con las referencias literarias y culturales que aportas ya hay mucha tela que cortar). De haberla leído antes algo hubiera plagiado…
Lo mismo he pensado yo de la tuya 🙂 Hubiera deseado verla escrita antes para encauzar un poco esta. Es dificilísimo lanzar siguiera una opinión sobre «Holy Motors». Yo, a día de hoy, lo máximo que puedo articular es que cada vez que la veo me gusta más. Gracias por pasarte y revisarla!
[…] …y ‘Holy Motors’ […]