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27 de enero | Juan Crisóstomo de Arriaga y Balzola, 1806 – 1826
Daría no desde luego cualquiera de los momentos que los seres queridos me han hecho vivir, ni lo mínimo que necesito para mantener esta ilusoria sucesión que es la vida, pero sí todo lo que por superfluo, por manirroto, por excesivo pueda acontecerme, con tal de vivir sólo un minuto (sus únicos sesenta segundos), siquiera en la virtualidad de la gloria que fue la mente de Wolfgang Amadeus Mozart.
Cuando otro genio, Milos Forman, nos puso ante los ojos la alegría y el drama de su espíritu, apenas pudimos internarnos en la nieve de las calles que pisaba, paladear la algarabía de su retozar por esta existencia, ensombrecernos por la penumbra de lo por venir y –mientras el hipotético veneno de raigambre romántica (la tesis del poeta Pushkin) iba haciendo de las suyas– arrinconarnos en una mesa de billar al tiempo que el trasiego de la bolas iba desgranando el ritmo de la Sinfonía Concertante.
Pero esa plenitud de lo creado, de lo traído de la nada y llevado hacia ese todo que hace grano y alimento del paso de un minuto –con el mínimo esqueleto de un pentagrama–, acaso, entre los músicos de su época, sólo lo pudo disfrutar un compositor bilbaíno, también Juan, también Crisóstomo, pero de Arriaga. En Bilbao nació, aunque se acercará a París en un tiempo español de sombras tenebrosas, de pesadillas goyescas, antes de morir con escasos veinte años. A pesar de tan lampiña edad, este músico pudo arreglárselas para componer bastantes más piezas de las que se le conocen e interpretan usualmente. Pero la desgracia quiso que el catálogo de sus obras se conozca en singular, sin necesidad de numerarlas o de que un erudito les anteponga la inicial de sus apellidos (como esa K. crónica en todas las composiciones mozartianas). Su Obertura de Los esclavos felices se llena de ese fuego prometeico con el que Beethoven incendiaría sus partituras; uno de sus Cuartetos merodea a Schubert, con ese trasgo de destino, de incertidumbre; pero su Sinfonía en re –en especial su último desarrollo, aquí interpretado en Nicosia, otro hermoso y exótico barrio chipriota de Bilbao– nos habla de un hombre que probó, por ese instante, la gloria de ser Juan, el delirio de ser Crisóstomo, el átomo de placer de ser Mozart.
No creo que sea fácil nacer siendo un genio. Una de mis frases más recurrentes en esta vida es: «Bendita ignorancia»
Me encantan tus románticas metáforas.
Totalmente de acuerdo, amigo: eso es cierto. Por eso me pido sólo un minutito de su existencia (que cambio además por lo que me sobre), para gozar de lo que fue mientras fue creado. Por lo demás, dureza es poco, aunque tenga la recompensa del arte. Gracias por tu comentario y bello elogio, y por pasarte por acá, un abrazo!
Existe, lejos, presente, es, movimiento, sombra joven. Por qué jamás sacan a un hombre entero, de una pieza, como dijo Tudor Arghezi. Un abrazo de vida inmortal, sin sombras.
Gracias marimbeta! Es difícil, está claro, contar con todo a la vez: el genio y la vida. Yo prefiero la vida, y todo lo bello que he encontrado en ella con quienes me rodean, aunque ruegue por la genialidad de un minuto, cautivado por mi amor a la música, al arte, a la literatura…
En este momento he descubierto tu buen hacer leyendo este artículo. Me ha gustado como lo has planteado y desarrollado para desembocar en ese magnífico genio de la música que es Arriaga. SU sinfonía en Re es maravillosa, si llevara la firma de Mozart todos la adorarían.
Un saludo
Muchísimas gracias por el elegante comentario. Cierto que son dos genios y sólo eso tan ilusorio que puede ser el tiempo nos hace como subordinarlos. En mi comentario está volcada la admiración que siento casi desde pequeño por Arriaga, que nos hace más cercano a Mozart, quien contó con unos años más para disfrutar y hacernos disfrutar de sus creaciones, Un abrazo.
Gracias a ti. Yo le descubrí tarde, en la madurez, en esa edad en la que uno se entrega con pasión a todas las artes; a la vida. Y desde entonces su música se convirtió en compañera inseparable cuando se busca la belleza serena.
Un abrazo.
Creo que todos preferimos la vida, don Felicius y en eso está su grandeza.
Ese Salzurgo/Nicosia/Bilbao se me antoja visitable, tanto como lo fue Praga hace un año, recorriéndola en busca de Amadeus/Milos Forman.
Que gusto leerte! No es sólo descubrir un genio, si no transportarse a su época. Nunca se cansan los pies en ese camino.
Muchas gracias, Ernán! Pues son tres ciudades preciosas, universales, y ha sido totalmente a conciencia el unirlas en esta entrada, a propósito de estos dos genios de la música, cada cual de su barrio, pero los dos de un mismo país: la belleza. Agradezco tus palabras, que ya sólo por tuyas son elogio, Un abrazo!
[…] Enero: Juan Crisóstomo Arriga, Salzburgo es un barrio de Bilbao […]