Calendario fm|al 2014
2 de febrero | James Augustine Aloysius Joyce, 1882-1941
No se trata, como en aquel vano y bello intento de la incendiaria novela de Bradbury (y la maravillosa película de Truffaut), de que cada cual comisione un libro de su gusto y lo ilumine con la destreza de su vida. El título resume más bien el resultado de una vida parece que orientada a Ulysses (1922), la novela más total (lo más parecido a una ópera que pueda leerse) con la que James Joyce –un irlandés del mundo– encaminó sus días. Ya en sus primeros libros aparecen nubecillas, esbozos en forma de personajes, auténticas creaciones, casi epifanías, que irán proyectando su sombra sobre lo después escrito, para su compilación final en la novela citada.
Los cuentos de Dublineses son –bajo la máscara de una narrativa tradicional– episodios en los que el narrador deja al descubierto (como si aplicara un foco o una luz cenital) un capítulo incierto, a veces cruelmente inesperado de las almas que retrata: La casa de huéspedes donde se teje el destino de un matrimonio de conveniencia (posible “germen” por cierto de Tiempo de silencio de Luis Martín Santos, sospechado y magistral joyceano); el descubrimiento en la esquela de un periódico de lo que pudo ser el amor, en Un triste caso; o la revelación conyugal, tardía y nocturna, después de una fiesta convencional, de lo que sí fue un verdadero pero ya difunto amor, en Los muertos (aquí en el epílogo genialmente vertido al cine por John Huston).
Su Retrato de un artista adolescente (usual traducción en español del original de esta novela: A Portrait of the Artist as a Young Man; yo lo traduciría más bien de una manera más pictórica: Autorretrato juvenil) es un adelanto –un matiz de su esbozo anterior, Stephen el héroe– de un personaje crucial en Ulysses, aunque esta Bildungsroman (o novela de aprendizaje, en un entorno académico) es el mejor dossier que cualquier miembro de la Sociedad de Jesús podría acompañar para testimoniar el paso de esta organización por el mundo –bien: algo de los ejercicios espirituales ignacianos o algún que otro párrafo de Unamuno también ayudaría. Hasta en sus melodiosos, románticos y cuasi isabelinos poemas de Chamber Music, Pomes Penyeach o en regalitos (de un regalo de blog) como este breve poema que celebra un nacimiento, nos llegamos a suponer en la mente de Stephen, el eterno aprendiz de poeta y uno de los personajes centrales de la gran novela por venir, mientras su cerebro lleno de guijarros poéticos vierte estas efusiones líricas.
Después de las usuales y retorcidas vueltas de la vida (que ha reflejado prodigiosamente Alfonso Zapico en un cómic que dará que hablar más adelante en fm|al y una de cuyas viñetas ilustra arriba) y madurado el arte de Joyce con todo lo anterior, le llega al fin el turno a Ulysses.
Lo mejor para un lector de esta novela (como uno de El Quijote, o de Moby Dick o de Rayuela, o de La vida: instrucciones de uso) es jugar con ella –el apellido Joyce contiene de hecho algo de este gozo. Así lo comprendimos, Michi, un compañero de secundaria de mis 15 años, y yo, que nos entreteníamos buscando pasajes “curiosos” de la novela, paradójicamente auspiciados por el sector más retrógrado y censor de la crítica estadounidense (¿cuál es la película en la que castigan a un soldado por leer Ulysses en su jergón?). El tiempo y lúdicos y prestigiosos lectores como estos parecen habernos dado la razón –sin que nosotros, entretenidos con nuestro juguete, la pidiésemos alguna vez.
Lo cierto es que Joyce –con el andamio de hermenéutica que estudiosos y no tan estudiosos montaron en torno a su obra– nos puso delante de la cara la hermosa conclusión de que la existencia es precisamente mucho más de lo que desfila por delante de nuestras narices. Un aspirante a poeta (¡con trabajo forzado de profesor ya en los inicios del siglo XX!), una suerte de comercial con ansias de devorarse un riñón cada mañana, una perezosa cantante y las sombras proyectadas de los anteriores trabajos joyceanos, pululando acá y allá por las calles / párrafos de ese libro (que es también la ciudad de Dublín en la exacta fecha del 16 de junio de 1904) toman su entera dimensión al conjugarse con la historia de Israel y de Irlanda, la obra de Homero, el enigma shakesperiano, la metempsicosis, la filiación padre e hijo (en todos sus términos, incluidos los religiosos) y al menos una buena docena de leitmotiv más que, Joyce, como buen amante de la ópera –entre otras predilecciones– supo engarzar hasta casi perder la vista (curiosamente, mi hipocondría y la ignorancia que ella lleva pareja, junto con la inocencia de mis pocos años, me hizo pensar que yo –con mi principiada miopía– llegaría a perder también la mía en su lectura, cual especie de castigo bíblico, algo muy joyceano por otra parte…).
Cierto que mucho de ese juego deriva de ese concepto de abarcarlo todo mediante una obra de arte, lo cual, como Umberto Eco aclara en una divulgadora obra del semiólogo sobre la escritura de Joyce (Las poéticas de Joyce), le lleva a discernir entre dos dominios “aquel en el que se desarrolla una comunicación sobre los hechos del hombre y sus relaciones concretas… y aquel en el que el arte desarrollará, en el nivel de sus estructuras técnicas, un discurso de tipo absolutamente formal”. Y ello a pesar de que el capítulo con forma de catecismo de preguntas y respuestas (donde se encuentran y aunan los dos vagabundos masculinos de la obra, Stephen y Leopold, el «hijo» y el «padre») y el precioso monologo interior de la gibraltareña Molly Bloom se cuentan entre las piezas más emotivas de la literatura –por cierto, para el que encuentre «difícil» penetrar en la estética joyceana esta película sesentera de modesto presupuesto, dirigida por Joseph Strick, aunque algo fría, es más que recomendable.
Joyce continuará jugando –en el mejor y más divertido sentido del verbo– con la obra que iba construyendo (Work in progress la llamó en sus primeras copias mecanografiadas) a partir del Ulysses: Finnegans Wake (Duermevela de Finnegan diríamos si quisiéramos traducir este título), pura palabra y pura forma, con la cómica excusa esta vez de una revisión de la teoría de los ciclos históricos de Vico. Tanto que su redacción fijada se parece, por encima de cualquier andamio, más al dulce cosquilleo palabrero de las estrellas más relucientes de la lengua inglesa (y a otras lenguas anejas que Joyce se encontró en su existir) que a lo que el mundo y su circunstancia –esa que en un perro nos quiere hacer ver sólo un perro– ha dado en llamar novela.
Importante repaso a la obra literaria de James Joyce en un muy buen y conciso artículo. Gracias por ello. ¡Ah! Y por esa fantástica fotografía.
Buenas noches.
Un abrazo.
Muchas gracias, eso he intentado: resumir para hacerlo accesible, ojalá haya podido conseguirlo. La fotografía es un montaje sobre la edición que estudié de la novela «Ulysses» -lo que buscaba es personalizarla, como si esa de su libro fuera una foto personal de James Joyce, ojalá lo haya captado también. Es de gran ayuda el comentario, un abrazo.
Pues entonces, por lo que me cuentas, aún valoro más tu trabajo gráfico.¡Enhorabuena!
Buscamos las dublineses en todas partes de la nada, paralizados, callando, hablando sin hablar, frustrados. En desgracia, enviando cartas a Nora expresando su pensar. Creyendo a su Papá de color. Durmiendo en ese Valle desolado, pensando. Desconsolado, empinando el codo. Mandando a callar naufragando en el camino, incoherente. Sacándome de mi «punto de encaje» como decía Don Juan. Maribel, la bella que calma el hambre con dolores. Hablando a destajo, poli-voz. Jugando con su muñeco vestido de azul cabello grana. ¿ Quién se ha comido mi queso que dejé en la olla ? Yo, dice la Barnacle, la inspiradora, aborreciendo el vino. Callando, como con corona, diciéndole piltrafilla. Gracias Félix Molina, precioso juguete de Jaimito. Es todo amor, sin ira. Enceguece, abre ojos al desgaste de la cultura social…va más allá de los Exilados.
Un comentario-resumen muy valioso, marimbeta. Precisamente me recuerda que he dejado «Exiles» fuera, aunque aprovecho tu comentario para decir que los personajes de esta obra teatral joyceana también son, en cierto modo, una transposición del intenso estado de ánimo (desarraigo, soledad, culpa) que vive el propio Stephen Dedalus y, a veces, su otra parte, su complemento, su Sancho (por así decirlo :), Leopold Bloom. Interesante obra de teatro, en la que al parecer Joyce se dejó parte de su vida -era mucho el interés que volcó en ella. Gracias mil, un abrazo.
Lamento decir que fui incapaz de pasar de la página 85.
Querido Josep, yo por eso me la tomé siempre como un juguete y me leía capítulos dispersos (o a veces partes de capítulos, a la búsqueda de curiosidades, como describo acá). No llegué a leerla «ordenadamente» hasta que tuve que estudiarla -recuerdo claramente que terminé su primera lectura en una playa de Valencia, donde estaba con mis padres (recuerdo sobre todo el mar, ahí enfrente…). Los primeros capítulos son bastante densos, pero cuando uno se hace con la comicidad del autor ya todo es más cómodo. El capítulo-catecismo es especialmente curioso (tan técnico-científico y sin embargo tan prosaica su sustancia! Stephen y Leopold orinan sobre una pared y parece que estuvieran pisando la luna). Gracias por el comentario, un abrazo!
Seguiré tu consejo de leerla dispersa
Fantástico repaso. Tengo que acercarme a Joyce y, sin duda, lo haré con Dublineses. ¡Saludos!
Una elección muy buena, claro, sin duda. Empezamos a leer estos relatos, nos dejamos llevar por su ambientación convencional, y zas… de repente la iluminación, el mamporrazo. Joyce llamó «epifanías» a estos momentos de intensa desolación de sus personajes. Lo cierto es que llegan a dejar una sensación agridulce, más intensa que la de ciertos documentales audiovisuales -y todo está conseguido, mágicamente, con palabras! Al parecer, llegaron a secuestrarle uno de los cuentos -una vez ya publicado-, que consiguió colar en una revista local irlandesa bastante tradicional, por considerar su lectura «inadecuada» -esa es (sus censores acaso lo ignoraban) la palabra que mejor describía esa intensa desazón de la que hablo… Visto así, todo es «inadecuado» en «Dublineses». Pero es que la vida, muchas veces, es tan poderosamente «inadecuada»… Por lo demás, el libro es de una economía de escritura y sutileza tal que pronto atrapa al lector, acaso primeramente despistado con lo que se prometía como un conjunto de narraciones de época. Gracias por el comentario, Toni, que -como ves- me ha venido como pintado para profundizar un poco en el volumen. Un abrazo!
No puedo dejar de responderte. Se nota que eres un apasionado. Analizas de forma exquisita.
A autores como Joyce se acerca uno como a un vasto océano de aguas frías y profundas: cuesta meter un pie, pero luego nada más hay que flotar, dejarse mecer. He tenido en las manos Dublineses varias veces a lo largo de mi vida e incluso lo he comenzado a leerlo. Me parece que tiene que llegar el momento de sumergirme en sus letras, más pronto que tarde. Tu opinión me ha animado todavía más.
¡Un abrazo de vuelta!
He añadido a la entrada una foto facsimilar del periódico diario de donde, presumiblemente, Joyce extraería muchos detalles para su «Ulysses». Yo mismo reúno algunos de los objetos y libros -eran libros famosos, Leopold Bloom era un lector normalito de su época; es relativamente fácil encontrarlos en librerías de viejo- que el narrador de la novela relaciona en un punto como pertenecientes a Leopold y su biblioteca. Joyce no tiene inconveniente en afirmar con esto su realismo, pero a él le interesan otras cosas. Quizá las mismas que a sus lectores de ahora.
Añado también una foto recién tomada de un ejemplar original (rescatado a título de coleccionismo joyceano en una feria del libro antiguo) del «Soll & Haben» de Gustav Freytag. Libro con ciertos matices antisemitas que Leopold Bloom guardaba en su biblioteca personal, sin duda para esgrimirlo como base sobre la que tejer un antiargumentario de defensa (hay que recordar el capítulo donde el Cíclope tabernario arremete contra Bloom: no serían escasas las ofensas más o menos veladas por su condición que tiene que soportar el bueno de Leopold a lo largo de la novela).
Por cierto, y para no hacer muy prolija esta entrada, aprovecho este comentario para recomendar una buena y práctica traducción del «Ulysses», en esta página de Miguel Garci-Gómez: http://mgarci.aas.duke.edu/cybertexts/JOYCE-JAMES/ULYSSES/TRANSLATE/CAP01.HTM Se trata de una traducción bilingue íntegra -yo siempre he sido fiel a la de Valverde, pero esta está muy bien para consultarla en un monitor…
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