Mis relatos favoritos
No oyes ladrar los perros, en El llano en llamas | Juan Rulfo, 1953
Hay un cuento de Rulfo –o muchos cuentos– donde dos personajes recorren, interminablemente, la longitud de su agonía. La luz, apenas tamizada por la luna, de un mortecino azul, los dibuja débiles, humanos, finales, sobre la joroba del paisaje. Ya todo fue. Ahora sólo puede dejar de serlo. Y el dolor, encarnado en un padre que porta y un hijo que es portado, se pasea por el valle de la desolación como inciensado por el azufre de las batallas.
He leído varias veces estas dos páginas y pico de auténtica orfebrería del padecimiento humano. Esta joya del silencio, con palabras que se hunden en la bóveda del cráneo para vivir apenas como un suspiro. En los cuentos de Rulfo nunca se habla, siempre se calla, aunque estén escritas en ellos sílabas que dicen pronunciar sus personajes, o los fantasmas de sus personajes. A veces, para conjurar la locura a la que estamos abocados (Rulfo, nuestro Juan Rulfo, siempre escribe de nosotros, no se ha permitido jamás escribir de algo que no sea un ser humano), he leído esta pieza acompañado de una leve música, transcurriendo en los auriculares. A ver si así el amargor salobre de la boca se dulcifica, a ver si la sed se hiciera agua con la melodía. Esta vez –demasiado apropiada la elección– la leo acompañado de una de las Pasiones de Bach (la otra era quedarse ciego mientras iba transcribiendo su música bruñida).
El asunto, como suele ocurrir con otros cuentos de El llano en llamas, es mínimo. Ese caminar. Y su derrota. En tanto sólo trasiega la sangre, la misma que ambos personajes comparten y que fue acaso derramada horas atrás –si hay horas en un cuento de Rulfo– por aquellos que sufrieron a su vez el azote sanguíneo del hijo. Pero es la plétora, el borbotón indesmayable del padre el que los trae ahora a los dos (ya parecen estar llegando, precedidos por sus sombras) hacia nosotros, ascendiendo hacia un lugar –tan alto como el sufrimiento- que bien puede ser ninguno. Y donde, sí, se oyen ladrar los perros.
Agudas reflexiones para un final -agudas como un cuchillo: ¿Quién muere en este cuento? ¿El hijo? ¿El padre? ¿Ninguno? ¿Los dos? ¿Estaban ya muertos cuando el cuento se inició?
Por esto Rulfo es Rulfo, sí, nuestro Juan, un hombre capaz de reducir la angustia a una pesadilla de menos de mil palabras –la música, entretanto, sigue fluyendo en los auriculares, un subterfugio doméstico, quizá, del ladrido de los perros, o una como especie dorada de consuelo, apenas sumergido en el río de nuestras desdichas…
Una visión que dice el por qué tardó más de un cuarto de siglo para ser considerada la máxima expresión de la novela mexicana. Todavía es criticada, buscando fantasmas que asechan a todos, a unos más que otros. ¿ Cuáles serán los fantasmas que asustan por otros lares ? ¿ Son los vivos, compañeros de los que están muertos ? Junto con el tequila de Jalisco, esta novela, se inscribe en la mitología literaria universal., con personajes muertos que no asustan, inspiran con elocuencia la vida que fue en Comala. Sin ladrar, solamente aullando, callando. Me saqué de onda con tu crítica, bastante fuerte, pero es una arista que tu ves. Un saludo.
Los cuentos por entero se pueblan de fantasmas -y por supuesto la novela, «Pedro Páramo», de manera más evidente-, pero también admiten la lectura realista -hoy día es difícil ponerse de acuerdo, si damos un repaso a los intérpretes de los relatos (por ejemplo el acertado ensayo «La seducción de los fantasmas en la obra de Juan Rulfo». Florence Olivier, en las Obras Completas de Rulfo que editó la Universidad de Costa Rica). El tratamiento del tiempo, siempre vago e impreciso, lo siembra todo de confusión, como si en vez de por el llano caminásemos por senderos que no son ya de este mundo. Gracias por la lectura y el comentario!
Una obra fascinante, esta de Rulfo. Guardo un intenso recuerdo de leerla, y eso que para ello hay que sortear multitud de localismos que, uno diría, le añaden mayor sabor a la lectura. Es adentrarse en un universo único, sobrecogedor.
Cuando leí el primer cuento de Rulfo, llegué a creer también que era el primer cuento que leía -y tenía ya los veinte cumplidos. Es de los narradores capaces de escribir una novela en menos de cuatro páginas. Además, después de «Pedro Páramo» estoy por creer que casi todos lo cuentos admiten tanto la lectura «realista», como la fantástica (o «fantasmática», por así decirlo). Como tú bien dices: escritura fascinante, sobrecogedora. Gracias por la lectura y el comentario, un abrazo!
Desconozco este cuento pero considero muy bueno el texto que has hecho para coentarlo.
Buen fin de semana.
Muchas gracias Isabel. Si clicas en el título del cuento, mención inicial, se puede leer. Es de una gran dureza, pero una auténtica joya literaria. Un abrazo, igualmente!
[…] Anchura de la herida […]
[…] leo a Pierre Vilar o Paul Preston–, pero me atrae más que nada (como en aquellos cuentos de Rulfo que tanto me gustaban en mis albores de lector) la sombra que rodea a cada breve personaje hasta […]