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Franz Schubert | 31 de enero de 1797

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Ahora la noche, densa y nimbo, apenas me abraza. Mis amigos me enviaron una nota y aquí estoy, enfrente de esta casa que no conozco pero cuya luz me guía por sus pasillos, por sus escaleras infinitas, hasta llegar al rayo central donde cantan y juegan, revolotean como las palomas en el patio cuando ayer terminaba Auf dem Strom , refugiado de este fluir incesante pero débil que es la vida, envuelto en mi manta, apenas apaciguado por los versos.

Ya me saludan, iguales en la alegría, ya ponen sus brazos sobre mí al abrirse las puertas y mostrarse, con todo su clamor y sus colores, el dulce de las risas y las palabras altas y claras, como el trino. Todo se apaga. Alguien sopla sobre el último candelabro, remedando el rito de un cumpleaños –felizmente siento que es el mío– mientras otro susurra una palabra y alguien alza de repente Gretchen am Spinnrade , que luego es cantado a dos voces, sin piano, para que yo termine en la banqueta junto al instrumento, mesa también de las copas dispuestas para el brindis.

Seducido por las teclas voy dejando notas de La trucha , la parte del piano, que solitaria pero aladamente sube por la estancia, hasta casi engancharse a la araña de la lámpara y hacer tintinear sus lágrimas, mientras quienes me rodean musitan, rumorean –algunos cómicos, otros ya emocionados– las partes de la cuerda.

Pero alguien, alguno que quizá brindó demasiado, arrastró junto a su cuerpo el lienzo de la cortina para descubrir, de repente, como a una invitada más, a la lengua de nieve bajo la ventana. Y allí se mostraba, fría y única, presente para todos como un silencio viejo, o como el murmullo que nos devuelve a todos, lentamente, al país de la tristeza.

 

Franz Schubert fue músico y compositor. Además de sus canciones o lieder, quienes aman la música –olvidémonos del clasismo de los apellidos que se suelen poner a esta palabra– lo  aprecian por sus composiciones para la formación de cámara o por haber ingeniado una de las frases sinfónicas más bellas e inquietantes que pueda acariciar una orquesta.

Schubert también puede leerse, y distintos benefactores han hecho posible que, además, lo entendamos en español, en esta página:

Canciones de Schubert y su versión española

Eterno solitario, vivió constantemente rodeado de amigos. La frase, voluntaria pero bienintencionadamente paradójica, refleja de alguna manera la realidad de las schubertiadas, que hicieron de un encuentro habitual de melómanos el verdadero hogar del músico y que hoy tienen su rincón virtual y hasta su festival:

Schubertiade

Schubert, como todo lo bueno, bello y verdadero, no se olvida fácilmente. Su música reunió a personas del temprano siglo XIX alrededor de un piano, pero no deja de escucharse y vuelve a moldearse en las manos y en los oídos de quienes ya han entrado en el siglo XXI:

 

Un trocito del Museo de bellas artes que escribí hace años lo recuerda, en su salsa más conocida (siempre puede pulsarse en la imagen para una mejor lectura).

Charada

Para el lienzo que sirve de fondo, se puede hurgar en:

http://www.artehistoria.com/v2/obras/12235.htm

 

 

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