Tanto y tanto te amé, desnuda loma, arboleda crecida que a mi mirada ocultas lo lejano. Y sentado te miro, inmensidad, silencio, paz en la entraña metida hasta espantar al pensamiento. Igual que el viento, enredado en la tormenta de las hojas, voy comparando esta voz a todo lo que calla. Y a mí regresan la eternidad, lo muerto, mezclado con todo lo que fluye, lo que suena. Con esta inmensidad, con lo infinito, se anega el pensamiento. Y naufragar me es dulce en este mar.
Giacomo Leopardi, además del autor –en su lengua italiana– de las palabras de arriba que ponen voz a estos ojos, lo es de un pesimismo expansivo, universal, en prosa y en verso, al que albergan la belleza y la morosidad. Su canto El infinito (que yo he usurpado en lengua española) es el del hombre dolorido, que siente mientras piensa y mientras piensa sufre. La eternidad, lo distante, una flor del desierto, el destino de Safo: cualquier excusa es buena, y bastante, para dar rienda suelta a esta vena de dolorimiento por todo.
En otras poesías europeas lo asemejan a un Bécquer o a un Heine, pero los encuentro demasiado enredados en la vida, con sus misterios y sus baratijas, con sus goces y sus sorpresas (agradables o ingratas, eso es otra cosa) como para dar crédito a esta interpretación –yo más bien lo pienso el Juan Ramón Jiménez de las épocas finales, con una conciencia más abstracta e impalpable de todo, casi un miedo, y veo un más reciente sucesor italiano suyo en Montale, quizá.
El canónico Harold Bloom se mostró encantado por La ginestra, flor que transcurre en la vertiente aparentemente estéril del volcán, una suerte de emblema del final de Leopardi, cuya vida se entreteje entre el empequeñecido Recanati de sus primeras constelaciones de tedio y poesía y el volcánico Nápoles, donde vino a entregar su vida a las faldas del mismo Vesubio. Tenía esa obsesión por lo bello de Keats o Hopkins, pero entreverada de amarga y arcana filosofía, como devanada por lo agrio del paso de los siglos, que volcó en Pensieri(Pensamientos) y la miscelánea obra Lo Zibaldone. De niño y joven se acercaba más al sabio enciclopédico, encerrado en saberes dispersos y un poco atolondrantes; ya más adulto es un poeta que suele dejar a quien lo lee sin palabras, tal es el ensalmo de su raciocinio poético, ocupado –como todo creador de este género que se precie– solo en la entrega necesaria de la palabra justa.
La biografía más precisa y también más sentida suya que he leído es la del poeta y traductor leopardiano Antonio Colinas, publicada bajo el descriptivo título Hacia el infinito naufragio. Todavía es hallable, bajo demanda cibernética, aquí, y a un precio más barato que el de su irrupción.
Existe un sitio web en italiano de la Revista Internacional de Estudios Leopardianos que es referencia para el poeta:
Alguien, con gran criterio, hasta comparte un enigma musical leopardiano, en relación con la escritura distinta de la prosa y la poesía. Muy interesante.
Fellini, en su La voce della luna (1990), también realiza, en la escuálida efigie de Benigni, un homenaje lunático al poeta:
Tímido rayo, en la noche tranquila, de luna que agoniza… (de Ultimo canto di Saffo) me parece, como cada verso suyo, otro emblema del poeta y del hombre Giacomo Leopardi.
Viniendo de José Ángel Ordiz y «Entre dos mundos» (https://jaordiz.wordpress.com/) esta costumbre es el mejor de los elogios. Un abrazo, sigo disfrutando y recomiendo disfrutar el sitio de arriba y sus gentes.
[…] y poética como pocas de las anteriores, La voz de la luna (1990) contiene hasta un trasunto de Leopardi (genialmente interpretado por Roberto Benigni), parece que recogiendo velas tras una singladura de […]
[…] y poética como pocas de las anteriores, La voz de la luna (1990) contiene hasta un trasunto de Leopardi (genialmente interpretado por Roberto Benigni), parece que recogiendo velas tras una singladura de […]
Gracias por tu inestimable información, has hecho una estupenda entrada.
Un abrazo.
Muchas gracias a ti siempre, Isabel, por el apoyo en la motivación para recabarla. Un abrazo.
Magnífica traducción que haces de su poema y análisis de su obra! Un besazo
Y otro para ti, mi Ofelia: he aquí otro héroe de mi juventud anterior, esa que siempre fue tan vieja sin ti…
Espléndido, como de costumbre.
Viniendo de José Ángel Ordiz y «Entre dos mundos» (https://jaordiz.wordpress.com/) esta costumbre es el mejor de los elogios. Un abrazo, sigo disfrutando y recomiendo disfrutar el sitio de arriba y sus gentes.
Simple justicia por mi parte, a eso tuyo le llamo yo escribir bien, muy bien, mejor no sé cómo.
[…] y poética como pocas de las anteriores, La voz de la luna (1990) contiene hasta un trasunto de Leopardi (genialmente interpretado por Roberto Benigni), parece que recogiendo velas tras una singladura de […]
[…] y poética como pocas de las anteriores, La voz de la luna (1990) contiene hasta un trasunto de Leopardi (genialmente interpretado por Roberto Benigni), parece que recogiendo velas tras una singladura de […]