contema cincuenta y siete

O la comodidad o el desatino pueden haberle conducido a esta bicicleta. Y a lo peor: a hurtarla. Porque no eran de su propiedad ni su mínimo chasis –ese esqueleto que la lanza contra el viento día a día– ni la cadena y el candado que la ataban a una señal durante mi ausencia. Acaso esta nota, oculta bajo el sillín, le obligue a pensar en su destino y en el de los que se le aproximan por afinidad, puede que por afecto.

Si la distrajo por improbable error o por una necesidad inmediata –que quizá ya ha cubierto– aún está a tiempo (es posible: nada le aseguro) de retornarla, de regresarla casi sin merma a la parada de su descanso. Entonces habrá sufrido apenas mínimamente el estrago de su desmán –quién sabe si perdió a su vez, en ese tiempo, algo que ya jamás encontrará o si encontró algo que jamás querría haber hallado…

Si su extravío fue intencionado, es más, motivado por el lucro, solo advertirle que las consecuencias para usted, para sus familiares, incluso para sus amigos ya pueden estar siendo funestas. Lo más sencillo es no atribuir cualquier tragedia al hurto cometido, pero crea que usted o quien su cómplice fuera de su inopinado tráfico mediante la compra de lo que no era suyo sentirán la dureza del futuro, su acontecer fuera de toda piedad o medida.

Si ya ha llegado usted a este meandro de su hado, solo me queda compadecerle. Y recordarle que siempre puede elegir: o pagar de su bolsillo una nueva cadena y cerradura, intactas, que vuelvan a atar a la bicicleta a su señal de origen o, finalmente, atenerse cual dama ahogada en un lago a las consecuencias fatales de su desvarío.

 

(c) félix molina, del texto y la ilustración, 2016
Nota: es el contema 27 de la segunda serie.