Bartleby y compañía | Enrique Vila-Matas, 2000
para Ofelia, con quien también comparto a Vila-Matas
Escribir o no escribir, esa es la cuestión. O no escribir, directa y declaradamente. Esa es la sustancia de esta lúcida y lucida amalgama de ensayo y algo más que Vila-Matas publicó allá por el comienzo de este siglo (Dios, el año que viene ya habrá mayores de edad que nacieron entonces…). Pero cuyo comentario no me atrevo a mandar al Desván , porque siempre me sorprende, entre las más recientes, alguna de las ideas de esta anticanónica enciclopedia de autores que, en su debido momento, prefirieron NO serlo –como siguiendo la enseñanza de aquel Bartleby de Melville, persistente en su melancolía–.
En 1994, Harold Bloom escribe una suerte de catálogo de imprescindibles de las literaturas (las que él conoce, claro). Es un libro afirmativo: de su quiniela de escogidos y también de las supuestas intenciones de cada autor catalogado, que suponen un peldañito más hacia la gloria de la pervivencia. Si está es porque estuvo, viene a decir este crítico; más humilde, y también más jocosamente errático (ese es el premio que nos llevamos los lectores de este libro), Vila-Matas se inclina por catalogar (pero como sin proponérselo, de ahí la gracia) en Bartleby y compañía a un puñado de escritores que estuvieron a una cuarta de no serlo. Más bien traza (como sin quererlo) la adelgazada figura de autores que se interrogan en algún momento –o momentazo– de sus vidas sobre la necesidad de escribir. O sobre la seducción de no hacerlo.
El catálogo es heterogéneo. Pero divertido. Están autores como el incalificable Felisberto Hernández, maestro de la desazón en el relato, un puro desafío a los talleres semanales de escritura, como botón el Nadie encendía las lámparas que menciona el propio Vila-Matas. Casi canónicos (o sin casi: habrá que revisar los listados de Bloom) como Kafka , el propio Melville o Hawthorne (curiosa la anécdota de su amistad, o lo que fuera, que Vila-Matas nos lega). Fabulosos como Felipe Alfau , que achaca su desdén por la escritura a haber aprendido inglés, un idioma que complica demasiado la vida. O enigmáticos, como Rimbaud, la flor misma del enigma negativo.
Es antológico el capítulo que dedica al inefable B. Traven, el (¿el, los, las?) autor de El tesoro de Sierra Madre, que encierra dentro de una buena coraza de nombres (no menos de 20 pseudónimos, por si no fuera ya inquietante esa b punto) su enquistamiento en el silencio literario. Es sublime el encontronazo en un autobús con el invisible Salinger , vuelto mágico relato –como aquellas novelas que Cervantes engastaba en El Quijote–.
En medio de tanto buscado apagamiento, Vila-Matas aprovecha alguna de las estancias menos iluminadas de Bartleby y compañía para poner en su tocadiscos la música de Chet Baker y firmar, envueltas en la música aleteante del trompetista, verdades como La literatura, por mucho que nos apasione negarla, permite rescatar del olvido todo eso sobre lo que la mirada contemporánea, cada día más inmoral, pretende deslizarse con la más absoluta indiferencia.
Nota intencionadamente negativa:
Para quienes quieran acometer otras exploraciones librescas de Vila-Matas, recomendamos la Historia abreviada de la literatura portátil o los Suicidios ejemplares, donde el autor siempre trasciende la vida a través de la literatura, pero sin olvidarla.
Entre las menciones más gratas de Bartleby y compañía (porque son silenciosos de la literatura que siempre he cargado en la mochila personal), está Pedro Casariego Córdoba, Pe Cas Cor , a quien dedico esta entrada en Los malditos poetas, de inmediata aparición:
Pe Cas Cor
A lo mejor
ya ha terminado
este concurso
de disfraces,
a lo mejor
ya han pasado
las horas solemnes
y quedan solo
las verdaderas.
Vive, reunido
con la sombra
sobrada,
siempre
floreciente,
de tu paracaídas,
tú, hombre
definitivamente
delgado,
cierto,
zurdo
como una verdad.
(c) félix molina, Los malditos poetas
Gracias mi félix por esta reseña dedicada!…con más ganas aún de seguir compartiendo
juntos más lecturas de Vila-Matas, como esta «Extraña forma de vida» que ya termino.Un gran besazo
Lo bonito de compartirlas…y que tengan una vida en ti y en mí: un mismo mensaje vertido en dos moldes. Gracias a nuestra afición y a las bibliotecas públicas y su sistema de plazos, por cierto 🙂 Otro besazo muy grande.
Una gran entrada como habitualmente nos tienes acostumbrados. Tomaré nota del libro.
Muchas gracias, Félix.
Muchas gracias a ti por las atentas palabras, Isabel! Sí, el libro, como casi todos los de Vila-Matas, es muy recomendable. Escritor que genera costumbre, hábito de leerlo cada vez que se puede. Un abrazo.
Estupenda entrada. Comencé a leer Bartlebly y compañía hace un tiempo pero otra lectura casi obligatoria hizo que lo dejara. Hiciste que me dieran ganas de retomarlo…
Un abrazo.
Te diría que la estructura «fagocitante» de Vila-Matas propicia eso que te pasó. Luego recuperas pronto el hilo, que suele engancharse además a una de sus obsesiones habituales, mil y una veces ejemplificadas. En lo bien contado de esas ejemplificaciones está la gracia (me estoy acordando de los «enxiemplos» del Conde Lucanor o de alguna película del primer Woody Allen, vaya ventolera de siglos que transcurren entre el primero y el segundo :-). Si has llegado o llegas al episodio de Salinger lo comprenderás… O a la fuga infinita, y desternillante, de B. Traven. Muchas gracias por el comentario. Un abrazo.
Gracias nuevamente por la recomendación. Será hora de retormarlo, sin duda.
[…] a Melville. Sobre la relación entre la ballena y el escribiente Bartleby pueden encontrarse aquí información y […]
[…] El canon del no […]