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Ana María Matute, narradora | n. 26 de julio de 1925

La literatura de Ana María Matute es una extensa nota, escrita en una prosa alabastrina, de una densidad preciosa, sobre la idea de una infancia que ha de perdurar para que el mundo, a pesar de su dureza, sea puro.

Cada comienzo de su narrativa siempre sostiene la elevación de lo lírico, como en una Rosa Chacel  menos cerebral, más impulsiva, pero luego lo escrito es atravesado por la realidad, que irrumpe con la fuerza de la duna invasora del oasis o el oleaje sobre el paseo marítimo. O la letalidad del alfiler que prende la mariposa.

Dorothea Tanning, La habitación de huéspedes

 

Los magistrales cuentos de Los niños tontos (1956) –“Mar” tiene que estar pronto entre Mis relatos favoritos –, donde se parte del propio deterioro de una realidad acostumbradamente injusta (como en la inicial Fiesta al Noroeste, 1953, o en la novela póstuma sobre, o contra, la Guerra Civil Demonios familiares, 2014), desembocan de la manera más natural en el paisaje y paisanaje mágicos de Olvidado rey Gudú (1996).

Pero me sucede con Matute como con Arlt: sobre la trabazón de las ideas, de lo sucio y explícito de lo real, siempre está la alquimia del estilo, la fábrica de las palabras verdaderas, esas que nos hablan de lo claro, de lo necesario:

El verano pasó. Luego el otoño y el invierno. Los pastores no bajaban al pueblo, excepto el día de la fiesta. Cada quince días un zagal les subía la «collera»: pan, cecina, sebo, ajos. A veces, una bota de vino. Las cumbres de Sagrado eran hermosas, de un azul profundo, terrible, ciego. El sol, alto y redondo, como una pupila impertérrita, reinaba allí. En la neblina del amanecer, cuando aún no se oía el zumbar de las moscas ni crujido alguno, Lope solía despertar, con la techumbre de barro encima de los ojos. Se quedaba quieto un rato, sintiendo en el costado el cuerpo de Roque el Mediano, como un bulto alentante. Luego, arrastrándose, salía para el cerradero. En el cielo, cruzados, como estrellas fugitivas, los gritos se perdían, inútiles y grandes. Sabía Dios hacia qué parte caerían. Como las piedras. Como los años. Un año, dos, cinco.

(“Pecado de omisión”)

 

 

Nota transparente:
Con ocasión de su muerte, acaecida algo después de iniciarse este blog, fueron muchos los homenajes televisivos que nos aproximaron a Ana María Matute. Este de Imprescindibles me parece de los más honestos.

 

 

Hace algunos meses, Ofelia (mi gran y pequeña Ofelia) ilustró y publicó en su blog uno de los cuentos más breves de Ana María Matute, aquí:
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