fm|al en el 16 Festival de Sevilla

 

 

 

 

Un festival europeo de cine | 16 ediciones

Abro esta entrada sobre el cine con una reflexión sobre la vida: quizá allá donde acaban nuestros sueños empiezan los de cada fotograma y cada película es a su vez el terreno sembrado de unas cuantas ilusiones para seguir viviendo. Precioso y virtuoso círculo, que no deja de engancharnos a vivir por mucho que en la sala de proyecciones entremos renegando de casi todo lo que en este ahora nuestro tan extremoso está fuera de ella…

En el 16 Festival de Sevilla (no sé porque se quitó del título lo de europeo, ahora que conviene agarrarnos a algo siempre más grande que el espacio que ocupamos), nos apartamos este año de todo concurso que no fuera el de nuestra apetencia, y discurrimos por cauces a lo mejor o a lo peor ya conocidos pero igualmente sabrosos. Aquí damos cuenta de algo de lo que pudimos ver.

Con Little Joe , de Jessica Hausner , nos dimos una vuelta –con una fotografía remozada, minimalista— por los clásicos de la serie B (La desquiciante Invasión de los ladrones de cuerpos) y el espíritu de los brujos demoníacos que señalan con el índice a Mia Farrow en Rosemary’s Baby (a la que un traductor destripó con La semilla del diablo). Por cierto que ya desde la elección del reparto (los dos protagonistas, Emily Beecham y Ben Whishaw, tienen una aire casi ciclónico a Farrow y Cassavetes) se hace patente el guiño a este cine que une fantasía con reflexión moral –la reflexión no os la adelanto, pero terminareis preguntándoos si oléis o no la plantita, verdadera y silenciosa protagonista de la película–.

En El silencio antes de Bach , de Pere Portabella  –cuyo ciclo ha sido uno de los hallazgos del Festival–, todo es belleza: contemplación que se hace trascendente bajo la órbita de la música de Johann Sebastian y la fotografía de Tomàs Pladevall, convirtiendo en objeto poético desde la rutina de un camionero o un guía turístico hasta las partituras de una de las Pasiones de Bach ensangrentadas por un vivaracho carnicero, pasando por una pianola desbocada en medio de una galería de arte o un piano sumergiéndose en el mar. Se puede interpretar esta película de tantas formas como espectadores tenga: un poético musical, un documental sobre el mundo de la música y los músicos… Yo doy en pensar que es una de las más elegantes maneras de evitar un biopic al uso sobre el genial Kantor de Leipzig. Entrañable por cierto Àlex Brendemühl en su interpretación del camionero melómano.

Roy Andersson  ya adelantó en pasadas ediciones del Festival algo de su Sobre lo infinito, que se visionó en este. Quienes somos espectadores suyos desde hace algún tiempo (aquí  lo reseñamos) advertimos una concisión cada vez más extrema en las historias que conforman sus películas. Las adelgaza en diálogos, incluso en fotogramas, llegando con cada escena a plantear una arista sintética de su visión del mundo, pesimista y humorística, rebozada de una fotografía de bellísimos colores que rondan el gris y que hacen de un pastor evangélico con su enésima crisis de fe o un arrogante acosador escolar cincuenta o sesenta años después de sus fechorías los finísimos vehículos de una trama –aunque quien vea la película comprenderá al final que no hace falta un vehículo para hacer camino, ni demasiada historia en el cine de Andersson para hacer poesía de cada secuencia–.

 

 

Terminamos, con cada película, envueltos en la piel de otras tantas personas que, en algún mundo que no es este, también sienten y sueñan. Y con la conciencia definitiva de que alguien o algo estaba sembrando, otra vez, un poco de felicidad en nosotros.

 

 

Nota cinéfila y europea:

 

Se puede consultar el palmarés completo del Festival justo aquí:

 

Palmarés del 16 Festival de Sevilla

 

Vimos otras películas, como la Intemperie de Benito Zambrano, cuya reseña particular seguirá en el blog, más adelante, unida a otros recovecos de nuestros intereses (la novela de Jesús Carrasco, el cómic de Javi Rey…).