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José Hierro | abril, sus versos
Ahora que el tiempo se enlentece porque todo es prescindible, menos la alegría, en este naufragio en el que un golfo de sombra viene a nublar la playa de cada cual, me quiero refugiar no en la casa a la que invocamos a cada instante, sino en la poesía soñada y hablada –a medias sueño y siempre diálogo– de José Hierro.
Nació en verso (1947), como en el lema beethoveniano, llegando al gozo de nombrar por el dolor de ser en un territorio de posguerra, un trozo de terrón que era, que podía ser, sin la gente que lo poblaba (Tierra sin nosotros), pero que persistía en esa costumbre, casi desdeñosa, de vivir a pesar de todo (Alegría ). Era de algún modo el canto juanramoniano pero llevado a la linde del mar y las gaviotas, como filtrando cada rayo luminoso del sol en gotas de finísima lluvia que dan sentido al cuerpo y a sus pasos sobre la tierra.
Luego esa voz se alucina, pasa de los elementos y la pisada al ala y la levedad del sueño (Libro de las alucinaciones, 1964), en la secuencia anterior a asentarse en el hombre y morir una y otra vez con Manuel del Río, en su Funeral Home de New Jersey, con el Réquiem más descarnado y a la vez más sentido de toda la literatura en lengua española. ¿Poesía social? Más bien poesía asociada a la causa del hombre y de la mujer, con sus afluentes de pobreza, de dicha o de muerte.
Hierro también fue música, su cadencia y su oficio (de hecho trabajó en ello en Radio Nacional), y sus poemas últimos son cuajados diálogos desde un monólogo (como los que bordara Robert Browning en lengua inglesa) que tienen mucho del desarrollo de los temas camerísticos, con las entreveradas voces del pasado y del presente unidas en una conversación atemporal pero que acaba por incluirnos, como un personaje más ( Brahms, Clara, Schumann).
Queda también, maestro, recordarte: tus brazos extendidos, dibujando algo sin nombre en el aire de esa pequeña península en Santander, mientras decenas de jóvenes –a los que invitabas al baño— intentaban apresar aquello que no podrían, años después, hallar entre tus poemas. Esos que acaso somos ahora, en este ahora macilento tan extraño al vivir, los hombres y las mujeres que volvemos a soñar con tus versos:
Yo, José Hierro, un hombre
como hay muchos, tendido
esta tarde en mi cama,
volví a soñar.
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Muchas gracias por la lectura y el reblogueo, Luis Pablo. Un abrazo.
Muy agradecida por esta magnífica entrada que has hecho sobre José Hierro. Intentaré hacerme con ese libro de Visor.
Un abrazo!!
Gracias a ti, Isabel, por la lectura y el comentario tan amable. Se trata de un poeta que significa mucho para mí, personalmente, ya no solo como lector. Sí, creo que es fácil de encontrar; algo más difícil es el tomito de Nórdica, bellísimo, pero en algunas bibliotecas públicas sí puede hallarse. Un abrazo, cuídate!
Con esta presentación dan ganas de leerlo!! Me encantó esta parte ” más bien poesía asociada a la causa del hombre y de la mujer”, saludos!!
Pues así es, Arcadia. No concibo a Hierro sin esa parte humana, además del brillo estético de su poesía. Era eso tan difícil: un excelente poeta y una excelente persona. De esas que siempre estarán ahí dentro… Muchísimas gracias por tu lectura y tu comentario, un abrazo.
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