Casi la paz | Y otra vez la guerra
Esto me sucede los veranos. Yo no sé por qué. Ya son varios como este. Y aquí sigo anotándolos, guardándolos en la carpeta que se llama ‘Casi la paz’. Este se me ocurrió en la mitad de un sueño.
El oficial abrió la portezuela y un subalterno descendió, con la misma guisa de un roedor. Llevaba la lista en la mano, y se hizo oír entre las toses y los gemidos del miedo. La oscuridad era total. Ni siquiera la lengua de la luna que había entrado en ese sótano desterrado de todo traía la luz.
–A ver, atentos: empiezo a nombrar. Bar-to-lo-mé-es-te-ban-mu-ri-llo…–iba golpeando las sílabas con el ritmo del tambor de un arma.
El cabo siguió nombrando, con vozarrón cada vez más seco y tempestuoso, ju-an-sán-chez-co-tán, jo-sé-de-ri-be-ra, fran-cis-co-de-zur-ba-rán… Nadie desfilaba. Atónito, no le bastó con el mazo de su voz y, azuzado por el fuego de las imprecaciones y los tacos, desenfundó la pistola, perforando con el mínimo cañón el agujero negro y apestoso. En el fondo, gimiente, no se sabe si por el miedo o por alguna otra inquietud, se dejó caer el hilillo de unas palabras, brillando sobre los jirones de estrellas arrancadas. Son pintores. Españoles.
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En otro lugar, un viejo caserón con una sola luz encendida, hacia su mitad. Hombres con prisa, con un saco de mala conciencia, sin delicadeza. Moviendo sus manos arañadas entre los bastidores prisioneros, entre los lienzos que habían soñado, en otros tiempos, una estampa que ahora parecía no querer despertar.
Los ojos turbios, ayudados por una linterna, estudiaban la lista sin mesura, sin paz. Leían, a pesar del sudor, del peso del aire que lo cargaba todo. Francisco Jiménez. Anastasio Miranda. Damián López… De repente, la voz se elevó sobre la estancia, ensuciando la gasa de la luna.
–Ninguno. No encuentro ni uno solo, mi capitán…
[…] Un incierto sentido, entreverado con mi obsesión por lo que ya sabéis, surgió este texto, que no está entre Los malditos poetas porque ya está en […]