contema noventa y tres

Las penurias de quien mete en los bolsillos de otros. Es difícil robar, porque implica el riesgo de que te descubran ladrón, y te sancionen, o te encarcelen, o te apuñalen. Pero es tan desasosegante invertir tu tiempo en llenar el bolso o el pantalón ajeno…

Primero está el elegir a la persona adecuada, la que no se entregará al escorzo del desdén o denunciará tu impulso. Luego, cuando la plaza ofrece al mundo sus horas más bellas, cuando eres del foro –uno más, por no ser de otro sitio–, está el aproximarse a esa persona, la elegida, la única, y, tan discretamente como puedas, depositar en la hendidura o en el buche de tela, de plástico o de cuero, la prebenda biensana.

Que sea un dije de oro o una bolsa de limaduras de platino; un sello millonario o una baraja gótica; uno o dos billetes de quinientos… poco importa. Lo azaroso es la dificultad de encajar en las necesidades del prójimo con tu ofrenda, de esquivar la vergüenza de introducir lo que es tuyo pero tiene que ser con urgencia de otro. Lo extremo es hacer que los demás dispongan de lo que a ti ya te es imposible disponer. Y que no se sepa, urdido como entre en la muchedumbre y el desatino.

Luego llega, eso sí, el gozo de contemplar el azoramiento del agraciado o agraciada ante la impensada fortuna. La gloria de observar, junto al enriquecimiento del de enfrente, la creciente y desdentada escasez propia.

Bien pudieras emplear tus horas y tu fortuna en pasatiempos más livianos, y ahorrarte sudores y chascos. Pero ¿de qué valdría?

© Del texto y la imagen, félix molina, Contemas, cuarta serie.

Recomiendo las aclaraciones de esta entrada. Los contemas, cuya última publicación continuada fue la cifra (contema número ochenta y nueve), siguen una vida de versoprosa subterránea, pero emergerán a este rincón oscuro cada cierto tiempo, siguiendo las olas del azar o del capricho, con el número de serie que les corresponda. Al final de esta nueva cuarta serie, aparecerán publicados en un libro de barro.

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