De Arancha | a Eduard


Querido Eduard:
hace una semana me llegó carta de Marc. Una carta intimista y poética, cuyo mensaje me ha conmovido. Sigue la cadena que comenzó Alberto en El pájaro azul y he comprendido que debo emprender viaje.
Acabamos de entrar en noviembre, las tardes se han acortado a golpe de decreto. A las seis ya cae el ocaso, el dorado crepuscular se cuela por las ventanas y las hojas muertas revolotean por las veredas, amontonadas por el jardinero, haciéndonos creer que esconden secretos, pero solo es el olor a podredumbre lo que levantamos con la puntera del zapato cuando las apartamos de nuestro camino. Descomposición y muerte que, como bien dices, Eduard, transforma el mundo. Quizá por eso nos ha tocado la tarea de escribir nuestras especulaciones en el otoño medio, cuyas horas son ya más mortecinas.
Enrique se preguntaba si leer nos hacía mejores, Guillem nos ha propuesto una organización supranacional con tintes gastronómico-políticos para debatir temas que nos están robando la chispa de la mirada y Alberto nos ponía al día con la muerte de la Reina y otros avatares. He de confesarte que ni el fin del mundo, ni este catastrofismo que quieren inocularnos algunos periodistas, me van a pillar. La televisión ha sido regalada a Cáritas y en su lugar hemos instalado una pecera. Nano y yo pasamos las veladas absortos en el movimiento ondulatorio de los peces, incluso le he sorprendido dando bocanadas, como si respirara por branquias; y yo lo imito. Otras noches hacemos lecturas en voz alta. Él me lee a Proust, yo los versos de Wislawa Szymborska.
Llegué al grupo del Pájaro azul por la impericia y la curiosidad enorme, casi infantil, de tocar botones y seguir el instinto literario.
Entendí que conformamos un eslabón más dentro de una cadena. No debemos de ser el único grupo. Nadie conoce el número total, ni cómo funcionan. Cada célula marca sus propios estatutos. Nosotros nos comunicamos por cartas que se publican en blogs que las redes se encargan de divulgar. De cada carta, como te habrás dado cuenta, se desprende un mensaje en clave, una charada que desciframos y vamos transmitiendo de unos a otros. El futuro dará una pátina homogénea, nos difuminará con otras corrientes, nos aglutinará dentro de una generación literaria, aunque cada sección tenga su propia morfología diferenciada. Me viene ahora el testamento de Borges que prefería que se leyeran los libros de otros autores a los suyos. Un pequeño guiño que da pistas de quiénes forman parte de la cadena.
Esta dinámica, me quedó muy clara cuando leí la carta de Félix/Ofelia dirigida a Enrique. De ella deduje que nos espían, y que debía volver a leer “La vida instrucciones de uso”, causante de la introducción de los peces de colores en la pecera para regocijo de Luneta, la gata. Además también me agencié con un ejemplar de “Una última apuesta”, de la manera más discreta posible.
Aunque las cartas se hacen públicas, los ajenos no llegan a descifrar nuestros códigos. Puede que algunos se acerquen porque siguen los blogs de los integrantes del grupo, pero supongo que hay pequeños matices que se escapan, siempre hay un código que pertenece al grupo.
La carta de Marc me ha hecho acercarme al sentimiento de un hombre alejado de los cánones heredados, de la norma impuesta. Lo entiendo, porque pertenecemos a generaciones que han ido desdibujando moldes: yo nunca aprendí a cocinar, siempre ando buscando las recetas para seguirlas al pie de la letra, no vaya a ser que prepare alguna pócima vomitiva; a coser me enseñó mi padre y con él limpiaba el piso los fines de semana a ritmo de zarzuelas. Tuve suerte porque encontré el roto para mi descosido, al que no aceptaban en los equipos de fútbol de los patios de colegio, y lo dejaban al final, porque no importaba con quien jugara. Ahora él cocina y yo escribo, qué mejor combinación, ya no tengo que preocuparme por tiempos e ingredientes, solo por escribir una historia o buscar un poema nocturno.
Supongo que esta rebeldía para salirse del camino es lo que está llevando a un país a derrocar a su gobierno, porque estoy convencida de que el pueblo iraní lo va a conseguir. Los pañuelos quedaran para el frío y las melenas femeninas podrán volver a lucir de cualquier manera, largas, cortas, teñidas, canosas… Hay que desterrar el miedo a la mujer, aunque la pregunta es ¿quién y cuándo lo introdujo? Porque, como bien sabía Lacan, solo se trata de miedo a lo desconocido, a lo que no encaja en la horma varonil, por eso su aforismo“la mujer no existe”. ¿Real? ¿Provocador?
Sí, Eduard, nuestro club del pájaro azul conformará su propia estética, sus propias líneas de investigación, de geoestrategia. Tomando el relevo que nos lega el pasado, difundiendo el interés por las Artes y las Ciencias como hicieran: los monasterios medievales en sus bibliotecas de amanuenses; los beguinatos de mujeres que no aceptaban ni marido, ni papado; los salones de ilustrados, como el de Catalina de Vivonne en el XVI o el de Mme. Helvétius en el XVIII; la prensa y las bibliotecas del siglo XIX; internet en el siglo XXI.
Después de leer con minuciosidad las cinco misivas que me preceden, creo haber descifrado que debemos reunirnos en Sabbioneta, bajo el Teatro all’Antica para conocernos y escribir nuevas historias como en su día hicieran Shelley y lord Byron en otra Italia, otros eslabones de la cadena.
Todavía no he logrado descifrar cuándo será el encuentro, pero ya estoy haciendo preparativos. Una maleta pequeña, que pueda llevar en cabina, aunque yo, seguramente, vaya en tren. Ese romanticismo del movimiento deslizándose por las paralelas me ha cautivado desde la infancia. En cualquier caso, quiero viajar ligera de equipaje, porque, aunque las maletas modernas estén provistas de ruedas, mi espalda ha envejecido, la artrosis me corroe y no quiero sobrecargar mis quejicas huesos. Llevaré mi maleta azul, creo que no supera los cuarenta centímetros. En cualquier caso, ya he aprendido a viajar con un libro electrónico, un cuaderno y una pluma; cepillo de dientes, siempre está junto a la pasta en los lavabos de los hoteles y en las tiendas se puede comprar cualquier cosa, modernizadas de terminales para pagar con el teléfono móvil, suficiente. Recuerdo mis viajes de juventud por interrail con la mochila llena de trastos viajando por Europa. Con la edad los idiomas se olvidan, las aventuras pasan a formar parte del índice de un libro de relatos, pero el dolor de espalda, seguro que es una prueba de aquellos excesos.
Mi mundo es de ayer, sin duda. Tanto es así, que cuando me incorporé al grupo creía que el nombre de “El pájaro azul” tenía algo que ver con el postmodernismo de Rubén Darío. Tuve que hacer varias buscas, no acababa de verlo claro, ¿por qué un nombre poético a un club epistolar? Hoy se ha producido la interconexión neuronal, me he dado cuenta que debe rendir honores al logotipo de Twitter.
En fin, Eduard, como apostilla añadiré que ha sido muy difícil tomar el hilo dejado por Marc, porque su carta estaba llena de matices difíciles de transmitir, no sé si lo habré conseguido. Además, me ha correspondido la difícil tarea de tener que elegir, pues ya solo quedabais dos integrantes del grupo. Y digo difícil, porque se trata de una elección al cincuenta por ciento, ¿qué criterios usar para decantarme por uno y no por otro para no herir sensibilidades? Te dejo con mi elucubración filosófica y espero que nos encontremos a no muy tardar.
Un abrazo de osa palentina.
A. Naranjo
Reblogueó esto en La hoguera de los libros.
Reblogueó esto en RELATOS Y COLUMNAS.
[…] El pájaro azul — félix molina […]
[…] https://felixmolinapublica.wordpress.com/2022/11/04/el-pajaro-azul/ […]
[…] https://felixmolinapublica.wordpress.com/2022/11/04/el-pajaro-azul/ […]