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El Ruletista | Mircea Cărtărescu, censurado en 1989 y publicado en 1993

Medio centenar de páginas (¿por qué escribir más?) le bastan a Mircea Cărtărescu para llevarnos de la mano –desde la primera cita de Eliot a su luminosa repetición al final de la cadenza que cierra el relato– a través de la fantasmagórica tramoya donde se refleja, como una sombra chinesca, el perfil de un personaje que es carne de mito y sangre de fantasía. Ruletistas han habido muchos, en la literatura y en el cine (recuerdo varios, de distinta suerte: los hiperrealistas de El cazador  o los desastrados y gélidos violeteros de Gerardo Herrero en Silencio en la nieve ). Pero este de Mircea se eleva por encima de nuestra consciencia de lectores y espectadores y hace del mecanismo del revólver de seis balas el propio andamiaje del cuento.

La fábula funciona, precisamente, porque su magia es la de un cuento de hadas truncado y vuelto del revés. Paradójico. Presenta la historia de un fracasado porque ha conseguido el premio de la vida después del propósito de la muerte. En ese balanceo, el rumano se las arregla para dibujarnos un fresco de catacumbas y alcantarillas que no es sino el escenario mental del personaje, uno de esos temerosos y temibles triunfadores del Este, envueltos en un caparazón de miedo y violencia, que ayer se entregaban a juegos ocultos, oscuros, y hoy, en el peor de los casos, presiden equipos de fútbol.

La historia, en manos de cualquier relatista desaprensivo, terminaría en la desesperanza famélica o la celebración mutilada. Pero Cărtărescu, como buen minimalista, nos ilumina con su texto, más allá del realismo, más acá de la sinrazón. Uno sueña una y otra vez con el trasiego del Ruletista (esa entidad mítica), desde la pobreza declarada y el tremendismo de las apuestas entre charcos de sangre hasta la opulencia del champán y el tisú rojo que todo lo tapa. Porque, en el fondo y en la forma, su hazaña es la de nuestro deseo. Omitamos las balas y el revólver y llenemos el cargador con las aspiraciones de nuestros días y nuestras noches y habremos resuelto la equis de saber por qué el personaje de Mircea, una vez leído, ya nunca abandona nuestro corazoncito de lector.

Última bala: Se puede encontrar este cuento solo, en una edición preciosa (cómo no) de Impedimenta (ojo a la cubierta que esconde la sobrecubierta del tomito), bellamente traducido e introducido por Marian Ochoa, o acompañado de otros relatos del autor en Nostalgia, de la misma editorial.

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