contema treinta y ocho

esaventana

Ahora el alféizar contiene un libro apenas, quizá una leve revista, dejando pasar sus páginas por el viento; ayer entreví las hojas de una planta, medio insinuada, asomando su parte más leñosa; después se han sucedido días en blanco, sin otro elemento que el cierre superior, tan herrumbroso como siempre.

La hoja, de qué. Un rascavidrios. Un cuchillo quizá. Permanece mínima pero inquietante, se prodiga también con un enjambre. De tallos. De cabellos, a lo peor. Un segado estambre de vida, como olvidado, abandonado ahí. Se despierta ocupándolo todo con una jaula, pero sin pájaro. Ni otro animal. Una jaula tan vacía como lo estuvo la ventana, hace unos días. Luego se va llenando de hormigas, dulcemente. Hay una mano que irrumpe y la aparta del vano. Hay una mano. Luego la sombra de una mano.

Un haz de luz la va invadiendo. Quizá la nombra, la señala, para después callarla, durante la atardecida. Pasa por ella como un viento y barre los restos, todos, de antes. Los trozos, no se sabe de qué.

Unos filetes, muy delgados pero suficientes. De carne, bien, pero de qué carne. Parecen la preparación para el alimento, quizá algún secado necesario para condimentarlos, quizá la extraña condición para un asado. Se espera, en todo momento, que se ciernan unos dedos, para el aliño o la pulsión. No llegan.

Y otra vez el libro adelgazado, como cerrándolo todo –pero cerrando qué. La persiana, ahora por vez primera develadora del alma entera de la casa, hace un ojo de la ventana. Se ven paredes desconchadas, quizá el lomo de un colchón.

Nadie.

De repente todo se ha cerrado, como definitivamente.

Hoy es apenas la persiana, por completo cerrada, y el alféizar. Y una inminencia, que se ramifica muy dentro de mí. Pasan los minutos, las horas. Un día. Otra noche. El viento golpeándolo todo, cimbreando las lamas de plástico crudo con insistencia. Lenta, cauta, la persiana se alza, como vomitando de nuevo la cresta del colchón y el fondo con la pared, sin desconchones. Hay, justo en el centro, un rostro, que me mira. Yo dejo de mirar.

 

(c) félix molina, del texto e ilustración, 2016

 

Nota: Es el contema 8 de la segunda serie.

 

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