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12 de diciembre | Edvard Munch, 1863 – 1944
¿Detrás de la palabra viene el grito? Edvard Munch no necesitó alzar la voz para bosquejarlo en toda su autenticidad, con toda su angustia. Es en ese cuadro donde un humanoide, apenas una persona, contamina nuestro deambular por un estridente camino a ninguna parte, un paso elevado hacia el cielo llameante de la desesperación. Sobre ese mismo puente, con Oslo presuntamente al fondo, que vio también pasar en un lienzo a una figura solo humana en su hundimiento o a otras encopetadas o profusamente enjaezadas, prisioneras del propio traje que los porta hacia una fiesta o un entierro, no lo podremos saber.
El expresionismo mana directamente de esta herida de fuego en el corazón mismo de la pintura europea, abierta tras la crisis figurativa que venía anunciando el impresionismo, sobre todo tras el desvarío de Van Gogh y las algaradas definitivas de color (dicho con el cariño de un amante de estas técnicas) de Cézanne o Monet. Lo que aquí se destila no es, sin embargo, un modo más de mirar, la consumación de una técnica, sino la necesidad, verdadera y sentida -poro a poro-, a través de la expresión artística, de gritar, de arrojar brochazos fulminantes de desolación en lienzos que no buscan otro paisaje que el interior, que el desgarradoramente arrancado de las entrañas mismas del pintor -también, por cierto, persona (y además agorafóbica).
No consta –como en el caso literario del expresionista Franz Kafka– que Edvard Munch buscase más su puntual consagración que esa paz que acaso soñaba definitiva tras cada cuadro o litografía. En sus retratos, en sus esquemáticos paisajes, en la efigie turbadora de sus seres, distanciados de toda humanidad y a la vez atados a lo humano –sobre todo a esto que venimos llamando humano desde hace un par de guerras del siglo pasado, y que el pintor se tragó por cierto enteritas– está, sí, definitivamente, la pesadumbre y a la vez el goce de ser, la gloria de atravesar todos los puentes posibles y a la vez la condena de hundirse en cada advenimiento, en cada resurrección.
Nota, o grito:
Existe una pequeña galería de Munch en este sitio, a disposición del visitante virtual de museos, con poco tiempo o dinero (o ambos) para contemplar en toda su materia las obras de este artista –aunque la contemplación de sus paletadas en los museos es toda una experiencia.
http://edvard-munch.com/gallery/index.htm
También es posible disfrutar en estos días de la exposición en Madrid, Edvard Munch. Arquetipos , con más de ochenta ocasiones de visualizar, casi acariciar consolatoriamente con la vista, esas paletadas.
Una de las muchas interpretaciones psíquicas de El grito puede inspeccionarse en el siguiente audiovisual:
Lo que si tenemos meridianamente claro es el carácter icónico del cuadro, que pervive en ciento, puede que miles de interpretaciones de nuestros días. Es como si Munch nos la hubiera tatuado en nuestra desazón. Esta es de un cómic reciente:
A propósito de los inminentes Contemas (segunda serie), os ofrezco, debidamente troquelado, el que será contema 22 (en su integridad: es el espécimen más breve de la serie), deudor de Munch y su fascinante y recreada angustia.