Calendario fm | al 2015
6 de septiembre | Carmen Laforet Díaz, 1921 – 2004
La ceremonia se repite, con el rumor constante del paso de los siglos y los lectores que va acumulando la ola prodigiosa de los años. Sucede con muchos escritores: hay una roca Tarpeya donde son rigurosamente arrojados, uno tras otro, atados al único libro que la memoria literaria puede depararles: Saint-Exupéry y El Principito, Lampedusa y El Gatopardo, Martín Santos y su Tiempo de Silencio. Carmen Laforet y Nada.
Con la novela de tan nihilista titulo, la escritora se sube al carro de la Bildungsroman, la novela experiencial, de aprendizaje, de historias que llevan al desmoronamiento o a la madurez, por aquello de que lo que no mata siempre hace crecer. Y lo hace mientras su azorada protagonista realiza un ejercicio de funambulismo en la Barcelona de la primera mitad del siglo XX, un itinerario personal que participa del cauce vivencial que, por ejemplo, ya anticipó Baroja con La busca y el escenario de Madrid, pero que, con fondo barcelonés, Laforet actualiza, sobre todo, con una prosa lírica y desgarrada, una escritura que muchas veces da la sensación de ser el único asidero en medio del desvalimiento de Andrea, lo mismo que la Leticia Valle de Chacel se iluminaba gracias a unas pocas palabras verdaderas en la sepultura de su vida de provincias.
La novela entera, de hecho, es un canto a lo que sobrevive –lo eternamente vivo y joven pese a todo–, lo que apenas se incorpora, en medio de la desolación, gracias a que Andrea lo nombra, lo rescata del silencio. Al final todo es posible, todo ha sido creado por la simple razón de que la protagonista –y nosotros con ella – lo hemos sentido, desde esa misma conciencia con la que uno abre un puño debajo de la almohada, tras el sueño, y se encuentra con la mano vacía. Solo tenemos lo que somos:
El aire de la mañana estimulaba. El suelo aparecía mojado con el rocío de la noche. Antes de entrar en el auto alcé los ojos hacia la casa donde había vivido un año. Los primeros rayos del sol chocaban contra sus ventanas. Unos momentos después, la calle de Aribau y Barcelona entera quedaban detrás de mí.
(c) MiroMuros
Me gustaron siempre, pese a Nada, las novelitas que fueron encaminando a Laforet a esa novela a la que finalmente quedó atada. En tomos muy envejecidos (de colecciones como la de Destino) se agruparon varias de ellas, como también se hiciera con las novelas cortas de Baroja, sus Locuras de Carnaval. Uno piensa, aparte de en la lucidez de Rosa Chacel, en un extraño y femenino animal literario que fuera cruce del lirismo de una Katherine Mansfield y una compleja y atormentada Carson McCullers, con sus tormentas interiores apaciguadas por mor del estilo.
De entre sus otras obras, destaco historias como las de La llamada, por ejemplo El último verano, atravesada de realidad, pero también iluminada de cierta esperanza. Y siempre la luminaria de todo ello –como la de gran parte de la literatura realista española– es esa prosa que rescata el momento:
Todo parecía fácil allí tumbado, sintiendo apenas el resoplido de la ciudad, su calor, su angustia, en la vibración de aquella tierra, que aún llevaba basuras y desperdicios de la ciudad, mezclados a sus terrones,
hasta convertirlo (¿no es un sino de todo lo escrito ser una raya en el agua?) en un sucedáneo momentáneo, incorpóreo, inútil acaso pero definitivo siempre, de la felicidad.
Nota libre de humos:
Carmen Laforet dispone (o le han dispuesto, generosamente) de una página sencilla pero muy práctica para indagar su biografía y obras:
http://carmenlaforet.com/
Diferentes diarios españoles han dedicado reportajes a la intrahistoria de Nada, con muy pocas recensiones de las otras obras de Carmen Laforet. La que cito arriba (El último verano, del volumen La llamada, Destino, mediados de los cincuenta) la debo sobre todo a la mitad más feliz de mi vida, Ofelia, que casi me la rescató del baúl de sus libros heredados, paternos y maternos.
En cuanto al espectro audiovisual, existe al menos que conozca (además de varios clips o mediometrajes muy curiosos) una buena adaptación de Neville, de la que os pongo este fragmento, delator del tono general de la cinta:
C. L., me temo, sigue siendo un enigma de las letras españolas –menciones eruditas aparte, que obvio en la celebración de esta entrada. Sin embargo la calle no parece olvidarla y la imagen de arriba la debo a una entrada del brillante blog MiroMuros, que desde aquí recomiendo a los curiosos del arte callejero:
https://miromuros.wordpress.com/2014/12/09/carmen-laforet-por-cnfsn/