La tercera | De Enrique de la Cruz a Guillem González

Siguiendo con la cadena de cartas abiertas iniciada por Alberto Martínez y recogiendo el testigo que me cedió Félix Molina, lanzo esta carta a Guillem González, ilustre ciudadano de Salzburgo, al que me permito pedirle que continúe esta entretenida cadena.

Foto de Nathaniel Shuman en Unsplash

Buenos días, Guillem. 

Reconozco que en estos días, después de recibir la carta de Félix, me he enclaustrado entre estas cuatro paredes sin más propósito que el de dejar pasar el tiempo. Pasan los minutos y las horas mientras espero a que se despeje la calle, hasta que nadie me espere fuera. A decir verdad, ni siquiera sé qué he hecho para recibir el honor de una vigilancia. Lo que no saben ellos es que Kafka, mi gato, ha montado una contravigilancia feroz: no se aparta de la ventana. Pueden incluso llegar a pensar que soy Kevin McAllister y que en realidad Kafka es una figura de escayola. 

Confieso que, debido al encierro, he perdido la noción del tiempo, pero no solo en la cantidad, también en el sentido: hay momentos en los que no sé si voy hacia el verano o hacia el invierno. Empiezo a estar desesperado, necesito el contacto con otro humano, aunque sea en forma de cartas. Veo series, películas… leo libros, pero no es lo mismo. Por ejemplo: esta misma mañana, leyendo un delirante blog de internet, me he topado con una de esas frases que te hacen pensar: «Leer nos hace mejores», qué bonita frase. Es una de esas que contienen una dosis de certeza que tanto nos gusta. Me recuerda a esa que asegura que «el nacionalismo se cura viajando»; en realidad suena a crecepelo de barraca. No puedo comprobar que esta última receta sea efectiva, primero porque no me considero nacionalista y segundo porque creo que no he viajado lo suficiente. Y esto, lo de la cura del nacionalismo, quizás sea como los antibióticos: es perentorio acabar el tratamiento, hay que rematar. 

El asunto es que, al parecer, leer nos hace mejores. Y yo me pregunto: ¿En comparación con qué? Quizás sea una frase de corte filoespecista y quiera decir que leer nos hace mejores que los leones del Serengeti, por ejemplo. ¡Ahí queda eso! Creo que no va por ahí, me parece un poco pretencioso pensar que somos mejores por tener la capacidad de disfrutar de Proust. En todo caso, se puede decir que somos mejores por tener la capacidad de escribir como Proust, capacidad que potencialmente tenemos, pero no es menos cierto que pocos han demostrado poder desarrollarla. 

Entonces… ¿En comparación con quién?¿Es una comparación hacia fuera o hacia dentro? Me extraña que alguien pueda creerse mejor que otra persona por el mero hecho de leer. Es cierto que hay mucha gente que recomienda esta terapia en las discusiones tuiteras: «antes de hablar, lee un poco». O dicen eso de «hay que leer más». Pero si queremos ser serios, nadie es mejor que otro por leer, en tanto que leer es una cuestión introspectiva. Y ya no solo introspectiva, sino irregular, tan irregular como tu estado de ánimo o como tu capacidad de concentración. Leer es, necesariamente, comprender. Y una misma persona puede leer dos veces el mismo libro y no tendrá la misma percepción de lo escrito. Se puede decir que es la magia de la literatura, aunque en realidad sólo sea la magia de la evolución de las propias ideas. 

Por lo tanto, podemos concluir que leer te hace mejor que tu yo del pasado, pero… ¿Comparándolo con cuándo? Supongamos que sí, admitamos que eres mejor cada vez que lees, ahora se abre otra vía (esto es un sinfín): ¿cada cuánto eres mejor? ¿Cada cuántos párrafos sientes la mejoría? Me extrañaría que fuera algo instantáneo; no sé, quizás después de un párrafo sublime, acaso después de una frase genial o puede que con una palabra certera sea suficiente. Tú, Guillem, que gustas de jugar con las palabras, podrías iluminarme. 

No sé, creo que estoy desvariando más de lo habitual. La reclusión me está afectando. De hecho, acabo de caer en la cuenta de que Kafka ya no está en la orilla de la ventana. ¿Se habrán marchado ya los agentes? Espero que sí. 

Bueno, te dejo, voy a comprobar si se han marchado y puedo salir a respirar algo de aire, aunque sea contaminado, o hablar con un camarero, o con el panadero o qué sé yo, con las palomas. 

Espero que llegue con esta carta un cordial abrazo hasta la Salzburgo que tan bien te ha acogido. Seguimos en contacto, espero, si no me llevan preso. 

P.D. No olvide saludar a los Mozart de mi parte. 

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