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Charles Ives | n. 20.10.1874
Charles Ives, uno de los primeros compositores clásicos norteamericanos, entra en la composición con la experiencia de un metafísico, de un filósofo, de un poeta al menos (a pesar de su paso por una agencia de seguros. O quizá por ello). Ha bebido de las fuentes de Emerson, de Thoreau, de Whitman , de todo escritor transcendentalista que se pusiera a su alcance. Entre 1904 y 1947 (antes de que naciera mi abuelo mayor y poco después de que nacieran mis padres: al músico le gustaba tomarse su tiempo), compone para el piano la Sonata Concord , un homenaje al espíritu del Trascendentalismo, con retrato incluido del mágico Hawthorne (ya daremos buena cuenta de él en Mis relatos favoritos). Ives es, por tanto, un buen ejemplo del músico que lee, más abundante de lo que se piensa, pero, como twitter no existía allá entre el final del siglo XIX y principios del XX, le gustaba volcar sus reflexiones mejor en obras sinfónicas. Se ve que no le hubiera bastado tampoco con la ampliación a 280 caracteres por mensaje que nos regaló la red social hace unas semanas.
Y es que lo que verdaderamente le seduce es hacerse (y hacernos) preguntas de muy difícil respuesta. De casi imposible resolución.
En 1908 escribe, sin más rodeos, The Unanswered Question (La pregunta sin respuesta), un espectacular acercamiento sonoro (pese a su brevedad) a todo lo que se alza, parece que siglo a siglo, por encima de nuestras cabezas. Se aprovecha en esta pieza sinfónica de la herencia atonal y de la nómina aérea de los compositores pasados y logra que la prodigiosa proyección del Universo, representado en el tema de las cuerdas, se enfrente con la dolorosa cotidianeidad de una trompeta preguntona. Al final (y perdón por el spoiler, que también tiene derecho la música sinfónica a que no se revelen sus argumentos), parece que la respuesta, o uno de sus sucedáneos, tan solo está en el viento, que diría el Nóbel Dylan. En su silencio sin nombre.
En 1911, fecha de la muerte de Gustav Mahler, no contento con el envite anterior retoma –si es que alguna vez la abandonó– esta idea de la espacialidad en su Universe symphony (obra inconclusa que reseñaremos o algo parecido en nuestra querida y por ello poco frecuentada Memorial de obras inacabadas). Pero esa incesante búsqueda del silencio perfecto, unánime, universal, acaso jamás dejó de asediarle. ¿Pudo escuchar su música, su nota definitiva, el 19 de mayo de 1954, en la ya ruidosa ciudad de Nueva York?