Otro contema | último de la cuarta serie que emerge

Ni su exmujer, ni siquiera sus padres o hermanos sabían que vivía por completo, y sin exageraciones, de la cesta. La cesta llegaba un día en que ya tenía preparado su altar, que sustituía al frigorífico con urgencia y totalidad. La sustentaba un mueblecito metálico, también blanco, que desde entonces se convertía en el corazón de la cocina y de la casa entera.

Recordaba los días en que su nombre y su dirección fue incluida con la de otros empleados. Pero permanecía oculto (al menos para él) el arcano que impidió que no constase en esa base discordante su despido, sin subsidio a esas alturas.

Y desde entonces vivía la Navidad cada fecha de su vida. Primero les tocaba a los guirlaches y demás dulcería, para acompañar los días inmediatos. El último del año atacaba una de las botellas –la del espumoso– y las uvas. El siguiente lo empezaba a base de la pieza de bacalao, cocinado según una receta recortada hace años en la sala de espera de un dentista. En la primavera se permitía una invitación con las fabes de conserva y algunos embutidos, más el vino de reserva, como si la celebración le fuese a permitir una salida a su estado solitario. Luego seguían más conservas, en su escabeche de soledad.

En verano se entregaba al salmón, a las melodiosas frutas escarchadas y, como colofón sustancial, pelaba y empezaba a consumir la paleta de jamón. Estaba en los principios del otoño cuando veía la necesidad de volver a menudear turrones, algunas pasas, mermeladas, mieles y patés, con los sucintos picos de pan.

De repente, el día apenas pensado sonaba el interfono y tan solo unos minutos después, vivamente encintada, irrumpía en medio del vestíbulo la nueva cesta.

© félix molina, Contemas, cuarta serie