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Henri Rousseau, pintor | n. 21 de mayo de 1844
Una cosa es pintar y otra imaginar un mundo, los seres que lo pueblan, los colores que le abotonan el alma. Eso hizo Rousseau, aduanero más que de la vanidad de las mercancías del trasiego entre lo real y lo soñado (uno en todo caso siempre piensa en este cuentito-poema en prosa de Juan Ramón cuando se figura al pintor como empleado de aduanas).
El artista irrumpe en la realidad, o más bien en su vigoroso sucedáneo artístico, como el tigre que puebla sus ensoñaciones. Lo feroz no es la imitación sino la divergencia. Levanta la redondez de sus volúmenes, casi todos de plantas o de fieras, y cada cuadro se convierte en un sumidero de vida donde al final lo que menos trasciende es lo real: en La gitana dormida (1897) está la durmiente feliz, está el animal que acecha como un sueño, están la luna y las parcas puntillas de las estrellas, que sugieren que lo soñado es todo, las figuras y su historia secreta (hay en este cuadro una invitación, el imán que puede llevarnos a escribir cualquier cosa, novela o poema, a musicar su silencio).
La diferencia entre un bosque de Henri Rousseau y uno de Max Ernst (este, por ejemplo) es la del gozo y la condena de la vida, pero en ambos parajes hay una celebración, el remanso mismo de la belleza, siempre detenida en su alegría o en su desolación.
Nota naíf:
Existe este clip de video con las obras principales de Rousseau y la música más adecuada de Saint–Saëns,
El naíf de hoy sigue siendo casi secreto en su exposición, pero contamos con museos como estos de Jaén o Río de Janeiro, que reúnen obras muy apreciables, de un arte que está muy lejos de ser menor, y entronca sutilmente con la ilustración, la animación o el cómic de nuestros días:
Museo Internacional de Arte Naíf Manuel Moral
Museo Internacional Naíf de Río de Janeiro