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Charlie Parker | n. 29.08.1920
… Y luego, claro, hubo que inventar toda una genealogía anterior y posterior para justificar el milagro de la música. Que si el rito inicial de los tambores, desembocado en melodía en las plantaciones de algodón. O un piano que la desgrana mientras intenta, servil, la persecución de la pantomima del cine, vertida en pantallas de lienzo granuliento. O una banda de 3, 4 músicos que la dispersa por el cielo, hasta llevarla a la aguja de los rascacielos. También toda la posterioridad: la melodía desembarcando en el Caribe, abanicándose en el sofoco para derretir las paredes del alma, para ritmarse con el vibráfono o la guitarra flamenca; la melodía ya reducida a su esqueleto, deslizándose por las puertas delgadas del corazón, repitiéndose, mínima, para agonizar y después renacer, casi de la nada.
No fue fácil, no, inventarse todo el jazz, su historia completa, antes y después de que, en la antepenúltima tarde de agosto de 1931, la enfermera Addie Parker se descarga de las compras apresuradas en un store terciado por la gente de Tom Pendergast y su hijo de 11 años posa entre sus labios la boquilla, ya gastada, de un saxo alto, comprado a plazos, envuelto morosamente en papel cartón y desenvuelto con las prisas de un cumpleaños que ya se difumina en la noche, que ya se desliza entre las costillas negras del Misuri, que ya siembra su silencio de río entre el tableteo de los asesinatos y el tintineo de las botellas requisadas, que ya, definitivamente, se calla.
Y suena, precisamente entonces, una nota…