Las flores del Calendario fm|al
Como una flor que extrañamente sobrevive en medio de la nieve, pongo por aquí este relato que formará parte del tomito en preparación Sagradas escrituras (pastiches sobre Dostoievski, sobre Chéjov, pero también sobre Emily Dickinson, sobre Carver, sobre Borges y el joven Cortázar). Coloco aquí una muestra del paño y a quien le interese el tapiz entero lo puede descargar y leer en sus treinta y pocas páginas de galeradas (con erratas y todo, por si alguien se entretiene en buscarlas), pulsando en la cubierta de abajo. Es una narración que recupera tanto ciertos temas muy queridos (el escritor y su entorno, casi en hipérbole, la literatura como salvación y como padecimiento, la sensibilidad) como modos de decir que sin duda copié (no tengo reparos en decirlo) de mis lecturas de Cansinos Assens, de Laín Entralgo (José), de López-Morillas, de Juan Eduardo Zúñiga, quienes me aproximaron a este mundo de blancuras extremas donde no todo es frío.
El inspector Ievgueniev ha decidido llevar a su hija al médico, después de que, al parecer, un último dolor de muelas la abatiese definitivamente. Querido Feodor, la pequeña está a punto de rendirse a la fiebre, me había susurrado detrás de la puerta, según me parece recordar, El doctor encontrará algún remedio, la voz seguía golpeando con levedad tras la delgada madera, Eso espero, al fin se hace turbia y casi desgarrada. La pequeña Sacha, su otra hija, parece contemplar distraída la marcha de la carroza y el potro negro, ahora juega sola con los saltos de nieve que ha dejado la estela, bolas menudas como su mano lanzadas al vacío. Luego surge Aliocha, la hija mayor, bella pero desgarbada, tendrá unos catorce o quince años, se enfunda sus manos, casi tan pequeñas como las de su hermana, y con los guantes rojos al aire lanza su modesta proclama Sacheva, entra en casa, palabras dulces, claras, que apenas se distinguen de la nieve, Hay que comer, ahora más oscuras, como si suspirasen alguna desgracia entrevista.