La magdalena | revisitada

En mi afán por homenajear otros centenarios del año en curso, y no apostarlo todo al de Ulysses, aquí coloco una troquelación que quiere ser recordatorio de otra de las grandes figuras literarias, cuya muerte física acaeció en 1922.

Mis recuerdos de Combray comienzan con aquel de la taza y el bizcocho. En principio no me agradaba la toma de miga y té, mi mamá hacía unos pasteles espantosos y el agua de Combray era muy parecida a la de los excusados de París. Pero aquel día me regalaron las obras completas de Víctor Hugo y me sentía feliz, o menos amargado que otras veces. Así que acepté el condumio y la bebida. Inicialmente no esperaba sensaciones muy fuertes (utilizo el término para los que lean esto allá por el siglo XXI), a pesar de lo que el episodio ha dado que rumiar. Pero cuando probé el primer trozo de bollito fue muy otro mi sentir. Lo primero que experimenté fue un sabor ácido, poderosamente ácido. No, no piensen en un ingrediente culinario, lo que vino antes que nada a mis papilas fue el sabor de la lejía. Tanto que me enzarcé en un diálogo mañanero con mi madre.

—Mamá, ¿se volcó algo de lejía en los muffins?

—Qué cosas dice, niño, los pastelitos ni siquiera se han hecho aquí. Mandé a por ellos a la mejor de las pastelerías de Combray…

Terminada mi inquisición, aproveche para encumbrarla un poco, como todo hijo que se precie. 

—Ya me parecía, mamá. Con los suyos pierdo el sentido.

Mi mamá se retiró entonces feliz a sus quehaceres, que no eran muchos dada la poderosa plantilla de criadas y criados que tenía, tanto que sus labores se reducían por entonces a mandar a por pastelitos cochambrosos a la pastelería del pueblo. Yo, por mi parte, también me quedé tranquilo, porque en mi noble familia había una larga tradición envenenadora. Y yo no quería ser el último eslabón.

No obstante, algo prodigioso pasó dentro de mí, desde entonces. Quizá no había sentido una pasión tan fuerte desde mis primeros escarceos amorosos (paseos los llama la Wikipedia) con Marie de Benardaky en los Campos Elíseos. Oh cuando después de la minucia primera del amor nos dedicábamos a repasar la historia militar y diplomática polaca. Marie tenía un don especial para ello, que no tardó en calar en mi prosa. Pronto a ese recuerdo empezaron a anudarse otros: una prima mía mayor (pero que mucho mayor) que yo probándose un bañador en una ribera cuyo nombre, curiosamente, no recuerdo. La trabajadora de un burdel de París escuchando mi última tesis sobre La comedia humana de Balzac. La ropa interior calada de una señora de Chantilly, en la región de Picardía. Un amigo de la infancia dormido en mis brazos tras la lectura de un capítulo de algo mío, lo que ya empezó a avivar rumores que aún no se han acallado…

Las sensaciones eran tales que no tardé en encaminarme hacia la pastelería donde mamá había encargado los brioches. Qué maravillosa sustancia había propiciado ese amanecer de los sentidos, ese despertar de mi interioridad más caudalosa. Cuando llegué vino a atenderme un operario, no mal parecido, por cierto. Llevaba en mi bolsillo, untando su esponjosidad con el fieltro de mi chaqueta de lana, una porción no gustada del pastel.

El operario la gustó, comprobó su color, su espesura, su turgencia… De repente, brioso como un alazán, se ajustó el mandil (muy ceñido, para mi gusto) y agarrando una pluma del escritorio de la pastelería y un papel de estraza empezó a redactar algo que se antojaba angélico, por cómo se cimbreaba el plumín sobre la estraza, lo que permitía la ensoñación con un juego similar de las piernas por debajo del mostrador.

—Disculpe, Monsieur Marcel, no es costumbre de esta casa entregar producto caducado. Pero esperamos de su bondad que no lo tendrá en cuenta y que podrá saborear con la simple presentación de esta nota… otros productos más deliciosos.

Aquella tarde, puedo decirlo hoy desde esta humilde y sombría tumba del cementerio de Combray, alumbré las tres mil páginas que siguieron a las del recuerdo de la magdalena.

Nota esponjosa:

Entre los libros que he frecuentado en lo que va de año sobre el autor y su obra, me encandilaron El proustógrafo, de Nicolás Ragonneau, una colección de deliciosas infografías (sic) sobre En busca del tiempo perdido y sobre Proust, a cual más insospechada… Siempre me llamó la atención la versión manga de la monumental novela. Y una de sus ediciones más recientes es el proyecto editorial que ha comenzado en este año El Paseo de publicar todos sus tomos, y en el que tengo puestas todas mis esperanzas para pasar del segundo.

Muy curiosa también esta revisita de la novela por una pandilla bonaerense de lectores, en esta película alojada en Filmin:

https://www.filmin.es/pelicula/el-tiempo-perdido

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