Mis relatos favoritos
“Destinatarios”, en Si te comes un limón sin hacer muecas | Sergi Pàmies, 2006/7
Para Ofelia, que un día como éste, aniversario de nuestra boda, me libró definitivamente del desasosiego.
Envío sobres vacíos a gente que no conozco. Así comienza una de las veinte invitaciones al desasosiego –quizá, sí, la más desasosegante de todas– que Sergi Pàmies nos hace en su antepenúltimo libro de cuentos. Antes de que la televisión lo acabe engullendo convenientemente –como suele–, conviene recordar que Sergi sembró en muchos de nosotros (lectores, autores, viandantes) la posibilidad de que nuestro desconcierto fuese una de las formas de la literatura y lo hizo con cuentos como éste, elegantes en su desazón, vibrantes aunque deshilvanados, perpetradores del grito, aunque se silencie bajo la fórmula de una ronquera cotidiana y atroz. La plenitud del limón es esa: a un tiempo despertar el paladar y atizar su delectación, sin contemplaciones. Plantarnos delante el cuadro completo del otoño y olvidar, por ejemplo, la cadencia de las hojas. Susurrarnos la música del violín y no tener delante el arco para seguir tocándolo.
Que un cuento de Pàmies trate de nada y de todo a la vez es lo más normal del mundo. Que paladeemos cada palabra –finamente autotraducida de la lengua catalana– y acabemos finalmente devorados por nuestra propia lectura es la consecuencia más repetida de estas piezas, que unen al virtuosismo del intérprete la nerviosera de toda una vida vivida –o por vivir, qué más da hasta donde llegue el agua en el vaso medio vacío o medio lleno de la experiencia: lo que cuenta es la zozobra con la que la contemplamos, en sus actos más diarios y urgentes.
Pensaba que casi todo estaba escrito cuando llegó Sergi y me aposentó esta veintena de incertidumbres. A él le agradezco también que trate a la brevedad no como a una discípula lerda de la escritura, sino como a una maestra del estilo –tendremos de paso que volver a leer a los clásicos para saberlo. Están, justas, en el cielo común y expresivo del catalán y el español, las palabras que arraigan en nosotros el sentimiento de vacuidad y emoción –mitad y mitad– de esta fábula, que podía ser, angulosa, esquiva, la historia de cualquiera de nuestras costumbres -o manías, llamadlas como queráis.
Después de todo, quién sabe si el resultado de leer “Destinatarios” en una tarde luminosa de un día precisamente domingo –por mor de agriar esa luz– no es responder compulsivamente, uno a uno, los sobres vacíos que mudos y absortos nos contemplan y esperan nuestra gozosa y dolorida respuesta, rebosando en la mesilla sin paz…