Cartas desde América, 14 | Nathaniel Hawthorne

De un cuaderno de apuntes de la época…
Hay dos hombres, sus rostros serios en medio de la pequeña turba de visitantes, apareciendo y desapareciendo por la planicie de pequeñas lomas de Great Barrington. La conversación es inaudible desde aquí pero cada cual ocupa justo el tiempo para que el otro arme sus argumentos y los emita. Es el verano calmo pero tenso de toda la comarca lo que los envuelve, como una manta gris rezagada en las ramas más altas de los pinos resinosos, prometiendo algo que solo puede ser agua y estruendo.
Una mirada a las moles de cuarcita, ya próximas, y lo siguiente es un trueno. Figura todo el valle –entregado entonces a un extraño verdor esmeralda, como impostado– la tempestad de una mar revuelta, lo que sin duda habrá provocado algún comentario de uno de los hombres al otro. Pero el azote de los rayos y la lluvia no hace que cesen sus palabras. La charla prosigue, ya separados del resto, figurillas veloces que encuentran el refugio de un horado al pie del que llaman Púlpito del Diablo. Sí, están mojadas su ropas –una remeda lo anticuado de una levita; la otra apenas puede ser un abrigo– pero eso no los distrae de su diálogo.
Son ya casi las dos oscuras formas de un hongo que trasiega y mina el fondo de la cueva, tras la cortina acuosa. En uno la vehemencia y la lucidez; en otro, el asentimiento y la trascendencia. Apenas un silencio que frene estas olas de inglés norteamericano, florecido de nasales y aspiraciones, como en un simulacro de las mimosas rebosantes de perlas cristalinas esparcidas por el chaparrón.
Sí. Es solo el ramo de luz nueva, que cuelga de las cumbres rocosas más altas –como una pesada red de pesca– lo que los interrumpe. Cesa de llover. El hombre más joven, de oscuro cabello, mira al frente y en la montaña adivina las formas de un cetáceo, la suma de su ambición. Se llama Hermann Melville. Al hombre más mayor, de pelo rubio, ceniciento, se le figura la pared rocosa el delantal de una joven enrojecido por una letra y por la culpa.
Se llama Nathaniel Hawthorne.
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Nathaniel Hawthorne (1804-1864) es el autor de la improbable y hoy algo inverosímil novela La letra escarlata, cuya protagonista se figura en el Monument Mountain, junto a su amigo Hermann Melville, ya troquelado previamente en esta serie. Trascendentalista difuso, le debemos sobre todo –y gracias a Borges, como quien dice– cuentos memorables como El velo negro del pastor o El Gran Rostro de Piedra. Curiosamente de 1850 es este último cuento y la anécdota senderista arriba troquelada, sobre la amistad de ambos autores, una suerte de noviazgo intelectual que dejó una correspondencia casi cetácea donde básicamente cada autor se dedica a endilgarle al otro sus obsesiones. Y eso es lo que venimos a denominar literatura.