Exposiciones e instalaciones de crochet y fotografía | Olek, Carmen Calvo
Que el arte de la mitad –si no el inicio– del siglo anterior está transido de una mezcolanza considerable de otros contenidos que no son en puridad “arte” es una circunstancia que, particularmente, no sólo agradezco, sino que también disfruto. Cualquier estética –casi que desde el románico, casi que desde el arte rupestre– no va desligada de lo humano, pero de ahí a que el objeto artístico se erija en representación de un pensamiento social, filosófico, etc. hemos caminado varios pasos, que son los que está recorriendo la figuración artística de la última centuria, de una manera más consciente, o al menos con un componente reflexivo más explícito.
Dos exposiciones que aún pueden visitarse en Sevilla durante estas fechas me han provocado esta divagación. En una el arte –que lo es, con todo su vuelo y su impedimenta– es también aldabonazo o punzón (aguja de crochet, cuando menos) en la sociedad de hoy; en otra, la mixtura entre fotografía e instalación se alían para disfrazar de objetos puramente artísticos la imaginación filosófica-psicológica en torno al yo, a la identidad. O en el otro sentido, cual vasos comunicantes.
De Olek (NYC) ya sabíamos (y lo glosamos aquí, en No se calle ) en la ciudad por el caballo del Cid que vistió con una bella armadura de punto –aunque de lejos la impresión era de agitada pintura grafitera–, para sorpresa de todos y como reclamo de la exposición Santa Ágatha, la torera que cuelga e instala en Delimbo Gallery de la calle Pérez Galdós (hasta el 1 de febrero de 2014). Por supuesto que lo más destacable es la textura con la cual se desenvuelve esta artista (ya es una tendencia no obstante que puede auscultarse en varios blogs, entre ellos el muy elaborado La Maison Bisoux ); pero casi mayor peso tienen los mensajes de la artista, en coincidencia con el espíritu de la performance y el videoarte. Puñetazos que edulcora con el colorismo de su materia textil, pero que no dejan de azuzar con fuerza a nuestra conciencia: #Fear is only temporary #Regret lasts forever (#El miedo es temporal #El remordimiento permanece).
En el caso de las Colecciones de fisonomías de Carmen Calvo (en la Galería Rafael Ortiz de Mármoles, 12, hasta el 4 de enero de 2014), la artista, reciente Premio Nacional de las Artes Plásticas, se vale de instalaciones a partir de fotografías (normalmente guardan el formato convencional de cuadro) que manipula para dirigir nuestra atención a la negación de la fisonomía como centro de gravedad de la identidad de los personajes que retrata –pues en esencia son retratos (o no retratos) los que cuelga en la sala. Nada más entrar, una máscara de escayola o yeso oculta el rostro en la fotografía de un retrato de mujer o de niña. Dos velas instaladas (de las de cumplir años) tapan los ojos como pueden de todos los miembros de una fotografía familiar de los años cuarenta, en el siglo pasado. El vestigio de un libro “real”, instalado y abierto, dentro de su marco y su vitrina, nos muestra todas sus palabras tachadas, junto al lápiz de dos puntas que ocasionó las tachaduras. Una golondrina (sí, oscura, como las de Bécquer que se van y vuelven, o no) de porcelana tapa un retrato fotografiado femenino. Y, presidiéndolo todo, como mayor pieza de la exposición, una fotografía a tamaño humano de dos muñequitos de boda que posan con sus ficticios ojos vendados de negro. Son algunas de las figuraciones en las que el cuestionamiento de una identidad se aúna a los temas ya clásicos de la vida o la muerte, el amor, el paso del tiempo… Culturalismo o crítica de la cultura, pero también interrogante sobre lo que somos, o no.
En un tiempo donde ya sabemos que no vamos a encontrarnos a filósofos como inquilinos de toneles dejados al albur de la calle –a pesar de lo propicio de la circunstancia–, o a políticos predicando en floridos rincones de algún parque público, qué mejor que el arte –sin renunciar a su búsqueda de “una” (ya no digamos “la”) belleza– para ejercer una función que siempre se debatió pero que cada vez se incorpora con más comodidad a su esencia. Lo comprobamos en estas artes, pero también, por ejemplo, en la literatura o el cine (la novela La habitación oscura de Isaac Rosa, una historia que no renuncia a su envoltorio, más bien cauce de la intrahistoria social; o la película Gravity de Cuarón, que junto a la peripecia de su astronauta incorpora una pregunta casi existencial sobre la soledad del ser humano –no traeré acá la última cinta de Lars Von Trier, hasta que no la visione por completo). A la efusión del color en el crochet o el resplandor de la porcelana y el revelado, que nos acompañan con su compostura en nuestro transcurrir, deben seguir también el cuestionar –lo que nos rodea– y el cuestionarse –nosotros mismos. La raíz de lo que somos o no somos y, al tiempo, el movimiento de ramas que anuncia bellamente lo que queremos o soñamos ser.