Mis relatos favoritos
La Veneziana | Vladimir Nabokov, 1924
para Ofelia, mi felicidad
Se pueden escribir doscientas páginas de un tratado sobre el realismo –en fin, sobre la realidad y el arte— y se puede abarcar todo de una vez, y con el mejor de los estilos y de la manera más amena, en apenas sesenta páginas y diez capítulos, como con esta novelette o relato extenso de Nabokov. En ese ámbito, que arranca de narraciones clásicas de Wilde (como el famosísimo Retrato de Dorian Grey), el autor de Lolita se siente cómodo: es ese pequeño dios de toda trama clásica (planteamiento-nudo-desenlace) que mueve los hilos de su historia para desembocarnos en la sorpresa del final. Y qué dios.
La situación es apacible, placentera, de esas que a uno le apetece leer para reposar en medio del tráfago. La habitación siguiente a la que nos lleva Nabokov es la del enredo sentimental, en la más convencional de sus formas –y la más querida para el novelista: marido mayor, joven esposa, y más joven amigo común–. Sin embargo, la sensación que le atrapa a uno es esa ansiedad del omnisciente (y omnisentiente) narrador por demostrar el delicado alambrito que pende entre el arte y su modelo real (o realmente ficcionado).
Conforme el relato avanza no acabamos por saber qué se nos hace más extraño, si el arte o la vida. Y el placer de la historia bien contada, con sus enroques y sus gambitos (cómo se adivina siempre el gusto por el ajedrez de Nabokov, incluso aunque no mencione las piezas), nos atrapa hasta el punto de que llegamos a olvidarnos de la dama, las torres y los peones y ya solo nos interesa el marco, ese marco fronterizo y umbroso de lo cierto y lo fingido con el que el prestidigitador Vladimir nos invita otra vez a ilusionarnos, a ser felices con unas cuantas páginas.
Nota-pincelada:
La ilustración de arriba es una troquelación sobre La dama del armiño de Leonardo a la que los procesos de un estudio le dan vida, pero el cuadro al que se refiere Nabokov, y sobre el que monta su trama, es Dorothea (La Veneziana), retrato de 1512 del renacentista Sebastiano del Piombo (abajo).

El relato puede leerse en la mítica todo a cien de Alianza, como tomito independiente y fácilmente portable –en muy correcta traducción de María Isabel Butler–, pero también en la suma de los cuentos de Nabokov que publicó Alfaguara.