fm|al con el X Festival de Cine Europeo
Shirley – Visions of reality | Gustav Deutsch, 2013
Con esta película el austriaco Deutsch se une claramente al saco de directores creativos que han apostado por asimilar la pintura (o el cómic) al cine. Así, hemos conocido a El loco del pelo rojo (Vincente Minnelli, 1956), Moulin Rouge (John Houston, 1952), Séraphine (Martin Provost, 2008) o, forzando un poco el argumento, El sol del membrillo (Víctor Erice, 1992), películas que recrean a base de dirección escénica y fotografía el mundo –obsesiones incluidas– de Van Gogh , Toulouse-Lautrec, Séraphine Louis o Antonio López. Sin embargo, la relación que establece el director austriaco es más inquietante. Al menos un grado más. En un principio parecería que Gustav Deutsch se hubiera dedicado a llenar su “paleta” de las formas rotundas y los coloridos tonos planos del envenenado pastel de Edward Hopper (1882-1967), el mejor retratista de la Norteamérica más convulsa y deprimida. Su película, en ese primer análisis, parece la interpretación montada en torno a algunos de los mejores cuadros de Hopper (Hotel Room, New York Movie, Office at Night, Morning Sun… casi sólo echamos de menos a Nighthawks –este enlace da buena idea del empeño). Todo eso aparece sazonado con titulares de la radio y prensa de la época y con la interpretación de la protagonista –cuyo interior monólogo es todo un hallazgo de guión, parece mentira que, a pesar de que esta técnica literaria se planteó en 1922 o, un poquito antes de Joyce, con Edouard Dujardin o Virginia Woolf, no se haya prodigado con naturalidad, o al menos con sentido, en demasiadas cintas.
Sin embargo, cuanto más nos aproximamos a la microhistoria de Shirley –una actriz de teatro que renuncia a las mieles de Hollywood entre los 30 y los 60 de la macrohistoria estadounidense–, más profundizamos en la vida de una mujer que centra sus esfuerzos en su supervivencia existencial, referida a todos los planos de su transcurrir (su vocación, sus sentimientos, su soledad). La de Shirley, sin la interpretación pictórica, casi sinestésica de esta película (la música de Christian Fennesz viene a acompañar, mínima pero exactamente, la trama, con gran pureza) sería la historia de un fracaso pero Deutsch y Hopper, a dúo, se las arreglan para agarrar cada uno por un hombro a esta eterna diletante del Living Theatre y salvarla, llevarla al último plano –o al último cuadro– haciéndonos creer que su afán y su consciencia, plenos, son la mejor y la más humana de las victorias.
En El sol del membrillo hay un momento del metraje en que el mejor amigo del pintor fallece y sólo lo sabemos por su ausencia. En esta cinta que nos ha permitido visionar el Festival de Cine Europeo de Sevilla, la protagonista asiste sola a una proyección, remedando así el cuadro de Hopper, y siente como el aliento, o el hálito, de su fallecida pareja en la butaca de atrás. En estos términos de discreción se ambienta el drama de una vida que transcurre, sin más pasión que el convencimiento de ser, de originarse como una existencia, individual, consciente, dotada de sentido y de intención. De criterio. Muy bella también una secuencia anterior donde Steve, el esposo, continúa la lectura del mito platónico de la caverna que inició Shirley, que finge el sueño a sus espaldas, avivando así otra escena de Hopper.
Nos convence la intérprete, Stephanie Cumming, nos entusiasma la directora artística Hanna Schimek (sobre todo si apreciamos la obra pictórica de Hopper) y artesanos como el equipo de maquilladores, que hacen surcar literalmente los años sobre el rostro y el cuerpo de Shirley. Y sobre todo nos convence la magia del arte, que transforma en esta película una vida común en el más común de los triunfos. Que hace emergente del pastel de los cuadros el latido –su determinación, su sustancia– de un devenir único, que acabamos acunando como nuestro.