El misterio | Su traducción

Dicen, me hablan de un tiempo en que ser traductor literario español de la lengua inglesa era prácticamente lo mismo que traducir a Poe. La costumbre se inició al parecer el 15 de febrero de 1857 (menos de una década después de su muerte, toda una marca), en El Museo Universal, con un cuento llamado La semana de los tres domingos, curiosamente uno de los únicos que no he leído del autor (inspirador al parecer de la La vuelta al mundo en ochenta días de Verne, una de cuyas ilustraciones tapiza este rincón oscuro).

Desde aquel entonces, el baúl atormentado de Poe siempre ha tenido una ubre generosa para alimentar al literato que tenía que ganarse unas perras antes de vivir de su talento. Los cuentos de Poe fueron para muchos esos niños que hay que cuidar porque sus padres han decidido vivir sin ellos o esa hamburguesa que urgentemente tiene que ser pedaleada, por encima de charcos y de humillaciones, para saciar al hombre cuya tarde y cuya noche es un partido de fútbol. El morbo de su obra –sobre todo tras el episodio de Marie Rogêt– atrajo a un buen número de lectores al redil de sus relatos ambiguos, con una mano en el cielo de la literatura (oh, sus descripciones, su ambientación…) y otra en(tre) la tierra del horror. Las editoriales se llenan de Edgardos que completan con vuelo literario y diversión asegurados sus catálogos. Se sucede entonces la pléyade de traductores cuya consagración en mi infancia ya resumí aquí en mi loa de la Biblioteca Básica Salvat, colección RTVE, y que la sucesión de estilos de mi pastiche Poe no ha muerto quiere homenajear.  Rescato, entre tantos nombres, el de Mauro Armiño, cuyo traducción de Poe es un prodigio de la inteligencia, es decir, del descubrimiento pleno de los recursos de un autor (el original) por otro (el traductor).

Pero el capítulo que más me atrae de las traducciones de Poe es el de los autores (sobre todo si son favoritos) que lo tradujeron casi como una continuación de sus propias aspiraciones o respiraciones literarias. Me centro (y eso que dejo aparte a la siempre interesante Clarice Lispector, porque he leído pocas de sus traducciones portuguesas) en tres.

Baudelaire lo traduce desde la poesía y desde la hospitalidad de un mundo que él mismo comparte y promociona: le atrae el ambiente, la pelagra de los gatos y la niebla goteante de las calles inhóspitas. El discurrir incierto y la sacudida de lo inexplicable. Lo de Baudelaire con Poe más que una traducción es una comunión. Y se convirtió de hecho, con un francés alado y sugerente, en el oficiante de miles de lecturas de Poe –las primeras además– por todo el mundo.  

Collage de Ofelia Guzmán

Borges lo parasita: lo que le interesa del cuento de Poe es su perplejidad, y con ello encierra el cuento del norteamericano en un cuento más de Borges. Una lectura de su traducción de ‘La carta robada’, llena de omisiones y ampliaciones (recreaciones) borgianas, nos conduce a pensar, directamente, en la fagocitación (sin que la censuremos); Cortázar en cambio –cuya traducción tanto le debe al inmenso Francisco Ayala (en 1953 le encarga su versión completa para la editorial de la Universidad de Puerto Rico: Marchamalo y Torices lo recuerdan en Cortázar de Nórdica, una novela gráfica inolvidable de 2017)– bebe de la estirpe de traductores alimenticios de Poe, respetuosa con el original. Pero al final nos acaba imponiendo igualmente su mundo, y la sensación (cuando uno lee por ejemplo ‘El gato negro’) es que ha acabado convirtiendo a Edgar Allan al cortazarismo. Tal cual.

Aprovecho la entrada (uno prefiere pedir, antes que robar) para volver a recomendaros el mecenazgo de Poe no ha muerto, que alcanza ya su última semana. Con ello no solo haréis posible un libro que contiene una novela, 14 cuentos y 14 ilustraciones (como la inicial) sino que pondréis el primer ladrillo de una pequeña editorial (casadepoe) y hasta salvareis a un gato. Y todo lo tenéis aquí:

https://vkm.is/poenohamuerto

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