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Win Wenders, director de cine | 14 de agosto de 1945 –

Parecía estar agotado el filón de la teología en el arte y la literatura occidental del siglo XX y aparece Win Wenders en 1987 con El cielo sobre Berlín, esa fábula a medias entre la sabiduría (la omnisciencia, que diría Gérard Genette) de lo divino y el anhelo de lo humano. Como Kieślowski y en la misma década, Wenders forma parte de un conjunto de creadores –quizá también el Lynch de El hombre elefante (1980), quizá también el Kundera más existencialista– parece que escaldados con los desmanes del autoritarismo y la supeditación del individuo al tejemaneje de los sistemas políticos.

Pero la de Wenders es una teología de andar por cielo, donde pesa menos el condicionamiento de toda una eternidad que el rayo de lucidez sobre lo terreno. El director se decanta por lo estético y lo escénico, la tersura de un blanco y negro que comunica sensibilidad por lo esencial, lo básico –casi minimalista– y más apreciable de la vida, frente al desgarro y el borrón de la guerra (cada vez que contemplo la escena del background nazi me parece más inocente, frente a la vivida complejidad, por ejemplo, de Polański en El pianista). Luego, en Tan lejos, tan cerca (1993), segunda entrega de sus ángeles, será la sensualidad la que agarre su cámara, como ya había presagiado la escena del baile sobre el trapecio en El cielo sobre Berlín. Y entonces será el orégano de una pizza o la marcha torpemente sostenida de una bicicleta lo que mejor defina, para un ángel disperso de los de Wenders, el poder de Dios en la Tierra (siempre me he preguntado si el director conocía y se vio influido de alguna manera por la obra de Alberti al gestar estas dos películas).

Hundido ya hasta la ciénaga más rebosante en lo estético, me quedo con sus películas de ciudad y de música: París, Texas (de 1984), una declaración de amor por el desierto y lo desierto, con la desoladora sinfonía de fondo de Ry Cooder, y Lisbon Story (diez años después), esa metapelícula deliciosamente azulejada con la voz de Teresa Salgueiro (Madredeus).

 

Nota con alas, pero sin cielo:
Más que las espectaculares escenas celestes de las películas angélicas de Wenders, siempre me llamó la atención este trasiego de los ángeles por una biblioteca, escena en la que todavía hoy no dejo de pensar cuando me encuentro en una:

 

 

Aparte de sus largometrajes de ficción (como se dice ahora en las curiosas listas de éxitos de ventas), Wenders cuenta con bellísimos documentales o películas de no ficción (o eso parece), sobre la música cubana, con Buena Vista Social Club (1999):

 

 

O, conjuntamente con Juliano Ribeiro Salgado, sobre los parajes y la fotografía de Sebastião Salgado, en La sal de la tierra (2014):

 

 

Hace unos años, dentro de la sección “Cinemas” de mi Museo de bellas artes, poseído por el manotazo sensual de los colores de la película (recuerdo una escena panorámica y prodigiosa del ex-ángel borracho despertando en una plaza sobre un vuelo de pájaros) incluí este homenaje a Tan lejos, tan cerca:

 

Tan lejos, tan cerca

 

Se vuelve a la ciudad como a una amante
cara, como a una amada caprichosa:
cargado de regalos de otras partes
y vacío de todo, hasta del alma.

 

Pero el deseo vive en las afueras,
rondando peligroso entre los árboles,
y ha de tomar el ángel forma humana
y visitar las calles, la ginebra.

 

Se prolongó la luz de las antorchas;
se han hecho de las viejas fortalezas
nuevas romas menores, nuevos templos

 

donde mirar la luna como mares,
ofreciendo los brazos, las gargantas;
delirantes, borrachos entre todo.

 

 

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