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Dámaso Alonso (1898-1990) | sus versos y sus letras

Cuántas veces habría leído este hombre, antes de su muerte en 1990, el epígrafe que da título a esta entrada. Cuántas no le ha pasado por encima el etiquetador profesional el arte de su tamiz para discernir qué porcentaje prima más en la biografía de Dámaso Alonso, si el de técnico de la literatura o el de literato.
Para el que escribe esto y pasó sus años por la licenciatura, se hace complicado. Claro, yo había leído a Dámaso desde antes de entrar en la carrera, sobre todo su poesía más iracunda. Luego ya llegó lo de don Dámaso Alonso. Que si los ensayos, empezando por los de Góngora. Que si la estela de don Menéndez Pelayo y don Menéndez Pidal. Que si la lengua poética…
Puesto en la encrucijada de siempre, yo he optado por la y que suma, pero también por encabezar el epígrafe con lo de poeta. Me quedo con Hijos de la ira frente a los Estudios y ensayos gongorinos. Con Oscura noticia antes que con Góngora y el Polifemo. Con Hombre y Dios mejor que con La novela cervantina. De los diez volúmenes que Valentín García Yebra consagra al autor recopilando su obra completa, yo me quedo con el décimo, que es el único dedicado al verso y a la prosa de su creación.
De Hijos de la ira lo más directo que puedo decir es que fue acaso uno de los libros de poesía que antes acabé, en una sentada. Su lectura no dejó indiferente a un muchacho que cursaba la filología de finales del siglo pasado, como tampoco a los arraigados lectores, con mayor o menor erudición, de la mitad de ese siglo. El nicho en el que se revuelve y se incorpora (y también se pudre) el poeta libre de toda cátedra de Insomnio era quizá el mismo que pocos años antes acogió (o no, no hubo siquiera esa posibilidad en algún caso) a Federico, a Antonio, a Miguel, las tristes azucenas letales de las noches de Dámaso. Tuvo que ser complicado, hiriente a cada segundo, el transitar por las mismas calles de los verdugos, el apurar el café de sus mismas tazas, el mezclar la palabra del amigo de la juventud con la de los enemigos de la vida.
El Dámaso que sufre, el desvelado por el horror y el odio, habla en estos versículos densos, con el lirismo de la hoja de la guillotina que nunca acaba de caer, como si cada estrofa fuera su sombra misma pendiente sobre la almohada. Llora con la Mujer con alcuza, la mujer eternamente postrada y postergada de la España hundida que contempla tras sus gafas de doctor. Y anda en Monstruos por las calles de un Madrid apaciblemente sitiado, silenciado, cercado de monstruos que le sonríen amablemente mientras le espetan un trágico heptasílabo: Buenos días, don Dámaso.
Estuvo, ahora sí, el respiro de la filología, que con Dámaso nunca sabré si fue el amor suyo a la palabra o su correspondencia: el amor de la palabra hacia alguien que siempre la quiso. Me introduzco en un apartamento de su juventud todavía. Un joven ya encorvado y con gafas que, antes de que se produzca la algarabía poética de 1927, se agacha y escribe sobre un libro con múltiples anotaciones. Consulta con la otra mano la entrada de un diccionario inglés. Es Alfonso Donado, por otro nombre Dámaso Alonso, el traductor de Retrato del artista adolescente.
Nota poética:
Se puede escuchar Insomnio en la voz del propio autor aquí:
Hay escrito un exorcismo de la época amarga de Dámaso Alonso en esta troquelación surreal de las Islas, editadas recientemente por Masticadores México, aquí: