contema setenta y dos

Te adjunto una botella. No me digas de dónde la he sacado o cómo. Considérala en el pliego común de nuestras deudas. Por las tardes pintaba paisajes disecados y una mujer me extrajo de la calle. Sus manos apenas ramificaban la quemazón de sus gestos internos, pero me pudo decir –ella tenía buenos informadores– que ya nos restaba poco. Me sirvió unas pastas, apenas testigos del tiempo en que quedé solo y mustio en la habitación, mientras ella descendía a los aparadores.

Seguí con la mirada sus vanas acciones, como hurgaba entre los odres, como se remangaba para proceder entre las esclusas de pergaminos. La luz nos iba quemando lentamente, lo sé.

La mujer hablaba poco. No dijo como la obtuvo, ni siquiera se dejó oír ante mis objeciones. Le gustó como fui retratando, sucesivamente, la muerte de un árbol, las dunas de un viejo cerezal.

Luego la calle otra vez, un catre entre dos aceras, la derrota de los pasos, marcando bien mi regreso a la nave central.

Hay quienes me preguntan por su esencia, por su composición. La he dejado medio escondida, durante toda esta vida, entre mis pocas pertenencias, y apenas he podido defenderla de la curiosidad ajena. Tiene una etiqueta que habla, en una jerga extraña, de aire tarificado. De un año. De una fecha. De alguien.

Para quien pudiera encontrarla aquí la dejo, con esta nota. Considérala tuya. Permítete desprenderte del obturador, libérate de la escafandra, y respira. Vacía en ti todo su interior. Quizá así pueda ir aligerando la deuda que contigo tengo.

 

© félix molina, del texto, y Ofelia Guzmán, de la fotografía, 2018
Nota: se trata del contema doce de la tercera serie.