Archipiélago | Una isla para cada autor
Pero es peligroso caminar por donde todos caminan, sobre todo llevando este peso que yo llevo.
CÉSAR VALLEJO – VICENTE HUIDOBRO – JUAN RULFO
Sobre la piel resquebrajada de un desierto dos hombres y una mula, hundiendo sus pezuñas lentas en los terrones del suelo. Llevan, atravesado, un paquete antropomorfo, cruzado sobre el lomo de la mula. Se paran solo para beber de una tinaja ocre, cada vez más liviana. El sol los enfrenta y es su único horizonte. Habla el más acholado:
–Me viene, hay días, una gana ubérrima de lavarle al cojo el pie, y ayudarle a dormir al tuerto próximo.
El de la piel más clara rezonga y se limpia el sudor con la manga sucia. Lleva el aliento cansado y triste de los que andan sin más y una flor que es como una ventana cerrada en la cara. Detiene la marcha y suspira:
–Marcho día y noche entre esfinges caídas de mis ojos; miro el campo herido a grandes gritos, y el sol en medio del viento.
Deciden seguir. Hay un poblado de gentes que huyen o se zafan de otras gentes. Humo. Ganado que se escapa.
–Vicente, mire, si quiere paramos allá. No nos va a matar mayor tristeza y algún ala habrá donde recogernos.
–Como quiera, César, la carga es liviana pero intensa. La mula lo va a agradecer.
Se paran en una casita quemada, con un muchacho que espera a alguien recostado en la puerta, mediomuerto, lleno de úlceras que brotan. Pueden pasar.
Los cubre el techo de uralita de una casa vacía que les da la sombra justa y necesaria. Se tumban y advierten que dejaron la carga a lomos todavía, pero el cansancio los hunde y los penetra, y todo es fatal en ese aire, como si estuviera constantemente nombrándolos, y mal. Duermen.
Fuera la carga se desprende del animal, imagen de un fruto casi semilla, gigante y podrido, una vaina monstruosa que cayera al suelo por su propio peso.
Se desata la cinta que lo atenaza, y alcanza a respirar. Es un hombre de cara melancólica, con un ceño siempre a medio fruncir. Tiene una camarita mínima de fotografiar que maneja casi con un puño y va paseando por todo el poblado, capturando rostros de indias, vacas que flotan ahogadas en un río, acequias donde se asesina en silencio.
Se detiene un rato en otra casa vacía, para descansar y masticar unos ajos que ha encontrado tras una puerta, y escribe en la noche, mientras los fantasmas van desfilando por la celosía:
–Diles que no me maten…
El lenguaje Rulfiano, me suena falso. Quiere ser poético y quiere ser dramático, es confuso. Le viene una gana «Uberrima» de lavarle… Dos hombres de monte, unidos por un crimen o por la intension de un crímen, no se hablan de «usted» en palabras refinadas por la literatura. «Hay un poblado de gentes» ¿Hay pueblos de lagartijas? pregunto. El muerto se escapa y va por el pueblo con una como camarita fotográfica en un puño. Rulfo se personifica y aprovecha para tomar fotos antropológicas. El escapado, «masca unos ajos que se encuentra…. Sólo les dice ? que no lo maten.
Al, ante todo agradecerte la lectura y el comentario, que solo puede hacerme mejorar.
Te explico un poco la tramoya de todo esto (es lo menos que puedo hacer por el tiempo que te has tomado), lo que no es una justificación, sino más texto (lo escrito escrito está, y malo el escritor que no lo considere así).
Estos de las Islas son todos textos escritos desde un no-lugar, que no es un sueño, pero casi. Las islas son así: fragmentarias, surrealistas si quieres. Un limbo de la razón y del sentido, vamos.
Los diálogos y su lenguaje no son míos (ya quisiera :-), sino citas de los poetas que cabalgan (Vallejo y Huidobro), que engarzo para la ocasión. El que llevan como un paquete es Rulfo, que apenas habla el pobre (casi como en la realidad, dicen), solo fotografía (era un buen fotógrafo, la foto final es suya. De ahí lo de la camarita).
Y luego el pueblo es de gentes (como todos), pero de «gentes que huyen o se zafan de otras gentes» (y así solo son los pueblos de Rulfo, Al).
Sí, lo único que dice Rulfo es eso, que no le maten, en todo el texto de su Isla. Pero no le hace falta más, como en sus cuentos. Brevedad y rotundidad, eso es lo que le quería reflejar al hombre. El pasmo que yo me llevé cuando lo leí por primera vez, vamos.
Y luego te añado una cosa, que ya es interpretación mía (como un lector más). A este hombre lo llevan como un paquete, como si fueran a asesinarlo (ellos o unos supuestos jefes suyos, de ahí el lacónico parlamento final de Rulfo) porque es el creador de un nuevo lenguaje, realista pero certero y ensoñador. Y lo portan, precisamente, los creadores de nuevos lenguajes en la literatura del Sur de América: Vallejo y Huidobro. Es como una broma, un poco pedante, pero broma. 🙂 Tres que luchan en la batalla del nuevo lenguaje (aunque César y Vicente parecen haber llegado a un acuerdo, quizá porque eran poetas :-).
Un abrazo y mi agradecimiento de nuevo. Si te ha dejado mal sabor este texto, te pongo por aquí otros que pueden agradarte más (si es que WordPress no te los ha soplado ya):