contema cuarenta y nueve

lienzoroto

Es esta mi función, mi única causa. Adocenado en un jergón común, amado por sus pausas de muerte y tos –a lo mejor de milagrosa salvación–, yo no sería el héroe de barbas ralas de ahora. La ciudad está en llamas. Afuera el trasiego más común es el de los lanzallamas y las tropas de asalto y aquí tengo a mis espaldas el diminuto paraíso de un veneciano, la resistencia de sus ocres, el cielo pigmentado de su felicidad.

Hará como una semana, entre estertores y luminosos brochazos de la artillería aérea, nos convocó una taza de malta, amarga, única.

Llevabais el fuego del hogar en vuestros rostros, la luz de la verdad, que es el bien. Que es la belleza. Quisisteis agregar unos billetes al encargo, pero yo me conformé con el único diamante de la misión, con el solo brillo de mi destino.

Mi casa es un sucedáneo del vacío, la paleta desgastada de un pintor furioso que ha colmado ya sus colores más vivos. Hay signos del obús, pero también de la nada, de lo que ya no es ni será nunca, un ara donde se sacrifica la vida y el tiempo. Mis ojos, tumbados como yo, rastrean con misericordia, por el ventanal, la ciega huida de un niño alcanzado por la metralla providencial. La tregua, después, de la mujer que lo buscaba y no lo encuentra. Y ahora suspira bajo una sombra de ilusión, imaginando por un rato que su universo acabará ordenado.

Esto es el lecho de la certidumbre: a veces, en la sucesión de mis días, me creo un dios solo porque ya no tengo el aliento de un mañana y tan solo dispongo, como un gancho feroz y a un tiempo misericorde, de una mirada. Bajo mi despedida, de omóplatos que descansan sobre el muelle de la verdadera luz, bajo mi prismático adiós desfilan soldados vencidos, vehículos desvencijados, ladrones en su desfalco inútil de la miseria y la derrota. Un oficial, insomne, ingenuamente arrebatado a su final, ha traspasado el vano sin puerta y ahora está junto a mí, como quien visitara a su única y moribunda esperanza: una vela abierta al viento, en la última de las anclas de este desordenado hospital  –mientras le oculto el lienzo que será observado en paz por los ojos futuros. Hay una detonación. Pero nada más: el oficial continúa su huida. Y el pigmento de mi sangre se va uniendo, gota a gota, con el de la pintura recién salvada.

Y ahora una mano, extrañamente unida aún a mi brazo, hurga abajo su pequeña, lenta victoria, sobre las entrañas pintadas de una virgen que huye a Egipto.

 

(c) félix molina, del texto y la ilustración, 2016
Nota: es el contema 19 de la segunda serie. Fue publicado por vez primera el 3 de marzo de 2015, como anticipo de esta serie, en una entrada del Calendario fm|al dedicada a Gabriele Münter.