Un poema | Un infierno

A Claude Lanzmann. A su empeño

A veces el abismo es de una roca lenta
que se desplaza en un vagón de reses
con paredes pintadas por el infierno de otros.
Pero ese es también tu propio fuego,
aquel de cuyas llamas pareces salir indemne
con tu madre despeinada y a tu lado, aún bella,
y una maleta de juguete con juguetes de plomo
en la mano que no suda.
Puedes casi sentir la pelusa de su abrigo manchado
en tu mejilla más manchada aún,
las voces convertidas en megáfonos
de los hombres cuyos pies son botas sin pie,
el humo, la mañana, la ceniza volando
como un insecto distraído.

Tu madre te consuela para huir de su miedo,
juntos vais avanzando
por un camino hecho de maletas de verdad,
de toda la verdad que pueda caber en una maleta,
y madres como ella que se desnudan
y desnudan a sus hijos.
Ahora los gritos pesan tanto como el silencio,
cualquiera de los dos es una piedra que te aplasta,
que te hunde como la espera esculpida en cada rostro,
como la desesperanza garabateada en cada pierna,
como ese sudor de vidatodavía lamido por cada mano
que aprieta otra mano.

Entráis. Una puerta se cierra y unos grifos se abren.
Es el silencio mismo el que ahora espera.
Cómo decirles a todos estos hombres y mujeres,
a todos estos otros niños y niñas como tú,
cogidos de una mano,
desnudos,
que tus ojos son de dos mil quince,
que tu voz es de un señor que ha evitado fumar
durante toda la proyección
pero que necesita un whisky,
que esto que viene ahora,
como todos ya saben, es el
fin

© félix molina, ‘Cinemas’, Museo de bellas artes. Tomo este poema de la sección que representa al cine en el poemario, bajo el influjo de un nuevo visionado –que tiene su mérito, porque son cerca de diez horas– de Shoah (1985), de Claude Lanzmann, en Filmin. No me bastó con el comentario que coloqué en la plataforma, y que aquí reproduzco:

Donde a muchos documentalistas se les debe todo lo que nos dicen sobre la vida, a Claude Lanzmann le debemos cómo nos explica, simplemente, la muerte del ‘otro’, su eliminación. Estamos ante una catedral de palabras que parecería querer purgar toda la miseria y el horror del hombre, representados por unos ‘iluminados’ que, un mal día, decidieron quien debería seguir existiendo. Pero esta película no lo grita ni lo vomita. Tan solo lo susurra. Y es suficiente. Yo la recomendaría a todos quienes quieran indagar qué y qué no es lo humano.