Mis relatos favoritos

El gigante ahogado | J. G. Ballard, 1964

Gigantes han sido muchos en la literatura de siempre: desde los de Rabelais, golosos y hedonistas, o los del Quijote, fruto de una imaginación calenturienta, pasando por el descaro sarcástico de Swift, y hasta desembocar en la estatua principesca de Wilde, que divisa desde su altura decadente la muerte de la belleza. O la muerte, sin más.

Pero este de Ballard (1930-2009), ese cuentista de ciencia ficción semiclandestino –para muchos una especie de Asimov de culto–, consiguió desde mi primera lectura engancharme, en niveles casi adictivos, a todo un universo simbólico que hace de la figura desmesurada del gigante un trasunto de la agonía de nuestro mundo.

Poco importan la vida y los hechos de este monstruo de la naturaleza: lo que Ballard nos planta en la cara, antes que nada, es su muerte misma. Y con ella su descarnamiento: el narrador nos va compartiendo, como un forense, cada hito de su descomposición. La exploración del gigante de Gulliver y sus viajes lo es también de la inteligencia humana llevada a su confín más oscuro de retorcimiento; la de este gigante de Ballard lo es de la nada más nihilista y absoluta: un camino hacia la disolución en la que quien cuenta la historia nos lleva de la mano para que no nos perdamos los detalles más escabrosos, como en los cuadros más grandes de El Bosco o Brueghel : El punzante olor de los enormes cuadrados de grasa que hervían en un tanque detrás de la cabaña impregnaba el aire marino.

Lo que sigue es también un sendero en dos sentidos: por un lado, el de las imágenes de la putrefacción, que aborda Ballard con el hiperrealismo de un Ron Mueck transitado por el Lovecraft más lóbrego; por otro, el sarcasmo dirigido hacia las amplias capacidades de aprovechamiento material que tiene esta sociedad nuestra, donde el capitalismo ha triunfado sin oposición posible. Aquí sí sigue siendo Swift el maestro absoluto que guía la mano del autor: En cuanto al pene inmenso, fue a parar al museo de curiosidades de un circo que recorre el noroeste.

Cabe interpretar los procesos de la muerte del gigante como los de la fantasía heroica: cuanto se descompone ante nuestros ojos, en la mesa del forense J. G. Ballard, es también lo que alguna vez fue grande o digno en el mundo (…el gigante parecía más la imagen auténtica de un argonauta ahogado o de un héroe de la Odisea que el retrato convencional de estatura humana en el que yo había pensado hasta ese momento), frente a los pájaros carroñeros del ahora consumista e inmediato. Sin embargo, no se olvida el narrador (como ocurre en muchas de las narraciones cortas de James Graham, aunque nunca fuera un idealista) de dejar una espita de esperanza acurrucada, como siempre, en la propia imaginación: …tuve una visión repentina del gigante trepando de rodillas sobre esos huesos desnudos y alejándose a pasos largos por las calles de la ciudad, recogiendo los fragmentos dispersos en el viaje de regreso al océano.

Y el lector no puede dejar de pensar:

–¿Y si el gigante, alguna vez, despertara?

Nota gigante:

Por su actualidad, traigo aquí este libro interesantísimo de Beatriz García Guirado y Andreu Navarra. Imperdible para el seguidor de Ballard. Aviso: no es una biografía, es casi una troquelación. Se puede fisgar y comprar aquí:

Ballard Reloaded

Hay una semblanza bio-bibliográfica muy destacable en este artículo de Sci-Fdi, enfocado además hacia el lector español:

Notas bibliográficas en torno a Ballard y España

Está muy bien leída esta versión en español del cuento, para amantes de la pereza:

El retrato de ese gigante (casi) secreto que es Ballard es de Brigid Marlin (1987), y está en la National Portrait Gallery de Londres.

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