Minervas del 27. Las revistas de una generación | Exposición en CICUS
En 1927, la memoria de un viejo y nuevo poeta , cordobés por más señas, hiperbólico y alambicado, aglutina a un puñado de poetas, jóvenes pero también nuevos. Cualquier excusa es buena. La verdadera razón, o al menos el motivo más próximo a la verdad de aquel encuentro –que luego la teoría literaria ha ensanchado en el tiempo y en el espacio– tuvo que ser la amistad. Y la poesía. Ambos asuntos, sutil y aéreamente entrelazados, se nos entregan en esta exposición austera y elegante, sugerente como el ala y profunda como el migajón. La excusa aquí –siempre todo guarda una excusa si los motivos para la celebración nos desbordan, como es el caso– es la de revistas que, como élitros, se dispersan en el aire del recuerdo. Hay como una taza de nostalgia detrás de cada portada amarilleada, diría acaso Ramón . Hay quizá litros del café espeso de la literatura más genuina, más radical, más esenciada en las publicaciones que sacaron a la luz (qué tópica puede ser una frase, pero qué lúcida) las primeras entonaciones de Lorca, Maruja Mallo y otras tantas sinsombrero, Cernuda, Altolaguirre, Prados, Guillén; el primer canto de Falla; los primeros bocetos de Dalí, Moreno Villa, Caballero o Palencia… (ya cierro: vosotros seguís).
La muestra no agota, pero sí indaga lo que generó aquel encuentro. O aquellos encuentros, porque necesariamente no los ciñe a la anécdota, de fotografía ya gastada , sino que desenmaraña la particular historia de estos creadores y, con el ritmo vital de las olas y la melodía de la ilusionada pasión, va despejando el misterio de este cónclave singular, de esta coincidencia argéntea para las letras y el arte.
Aparecen, como espectros queridos, las fotos de los grupos, las de los individuos, las de objetos bien aprovechados (la prensa de Gráficas del Sur que soñaba páginas; el gramófono que dilataba versos), las de las portadas acariciadas (Ardor, Gallo, Mediodía, Grecia, la bella y superviviente Litoral…).
Allá por los ochenta, en la habitación de un piso, junto a un mueble que es ya más sofá que diván, un viejo Jorge Guillén contempla una cinta VHS de aquellos años queridos. Es el video que cierra Minervas del 27. Nos emociona, sencillamente. O nos emociona sencillamente. Por todo lo vivido, no son prosaicas, pese a la sencillez, ni la boina ni el gesto ensimismado del poeta televidente. Y no son nostálgicas, más bien están amuebladas de futuro, sus discretas lágrimas que no, no alcanzamos a ver.
Nota maldita y poética:
Esta entrada precede a una sección que se abrirá con el año y pretende recoger una microhistoria de la revista cultural y literaria, centrada fundamentalmente en las históricas en lengua española, como la propia Litoral, Hora de Poesía, Ajoblanco… y otras que la efervescencia 2.0 ha hecho emerger, como la novísima Ocult Lit.
Como colofón, y adelantándome a la edición más o menos inminente de “Los malditos poetas”, escojo aquí tres poemas hilados con la exposición:
Magnífica entrada. Iba a decir algo con respecto al tono nostálgico (pero no triste) de la entrada y me entra una pequeña duda. ¿No sería una «traza» de nostalgia en las palabras de don Ramón Gómez de la Serna?
Saludos
Ja, ja, también. Pero me invento la greguería (no creo que D. Ramón se ofenda: más bien nos dejó una maquinita de inventar con ese género suyo) y sospecho una sensibilidad especial para el café en el momento en que paseaba por la exposición.También se debe a que tengo muy relacionados a estos poetas con las tertulias y los cafés (aparecieron aquí en fm|al: https://goo.gl/LgJZhp) que frecuentaban. No sé, un poco de todo. Pero con «taza» y «traza» intercambiables, desde luego… El tono nostálgico existe, y se comprende desde el video final de la exposición, con un Guillén con la boina de mayor que le conocemos, visionando su juventud completa, viéndola pasar cual D. Juan que menudea por su entierro. Tristeza y envidia a un tiempo, ante tanta grandeza (en el buen sentido). Muchas gracias por tus palabras.
Muy buen artículo, col alma, con sabor y con rima. Gracias Félix. ¡Felices fiestas!
Muchas gracias a ti, Alejandro, por tu lectura atenta y el comentario. ¡Y Feliz Año!
Felicidades por esta entrada. Què gran calidad de tus poemas dedicados a Cernuda, Lorca y Miguel Hernández! Un besazo
Muchas gracias a ti, mi Ofelia, por alentarme siempre a la vida que también late en estos poemillas. Y otro gran besazo.
Reblogueó esto en luispablodetorrescabanillas.
Gracias enormes por el reblogueo, Luis Pablo. Y un abrazo.
Estimado Sr. Molina:
Casi hay que agradecer que Miguel Hernández no pueda hoy ver Orihuela, porque a saber qué ripios careados forzarían en su yo lírico las vistas de rotondas, camionadas de autovía, huertos de señales de tráfico y la sombra calcinada de algún que otro almendro mantenido más por teatralidad paisajística que por amor a la tierra.
Así es también en San Vicente del Raspeig, desde donde escribo y padezco la Parusía Progresista que anda loca convirtiéndolo todo en parodia de sí mismo: la huerta en huerto urbano; la vieja casa de labor en museo de la casa de labor; la vía de carro y mula en selva de señales reflectantes; almendros, granados y algarrobos en jacarandas gomosas y romeros enanos de flojo invernadero; el descampado lagartijero en meadero de canes; la carretera secundaria en autovía; la literatura en probidad, el verbo en censura, el adjetivo, prohibido, el nombre, castrado, el tropo en grillete, la voz en llanto, el silencio en ruidera…
Aunque bien mirado tampoco cabe tanta alarma. El escritor de hoy anda con la cabeza metida en la pantalla, carente de interés alguno en la vistas del ya difunto paisaje rural alicantino, como anda muerto el de tanto sitio, por lo que no cabe más que una mayúscula sorpresa ante la idea de que alguien lea a Hernández. ¿Qué verá por su ojos para acabar en verso ese poeta que del almendro sólo vino al funeral, de la acequia no conoce, confunde el crepúsculo matinal con el ámbar mustio de farola, y toma el libro de papel por blanda nubecita de electrones?
Es cierto: no encuentro motivos más sosos para tirar versos que los que el hoy ofrece, cuando la vista, la huerta, la sierra, el mar, el lobo, la muerte, están todos impregnados de melaza ideológica de tercera categoría y han de someterse al dictado de pureza luterana que se come los libros. Pobre Hernández si levantase la cabeza y viera por sus ojos miradores que el único motivo hoy de escritura, casi el único permitido, es la cosa cacofónica y risible que llaman «lo social».
Nos quedaremos con el recuerdo que de él aquí se ofrece.
Cordialmente le saluda,
José Antonio Martínez Climent
En Alicante Renovado, con perdón.
Estimado José Antonio, Sr. Martínez Climent:
Abrumado por su comentario, diría que felizmente si no fuera porque no suelo encontrar comentarios tan extensos por acá y casi que no sé a qué atenerme en la respuesta… Pero tiro del corazón, como buen admirador de Miguel, y lo primero es felicitarle por la riqueza de la prosa y el léxico; lo segundo, compartir con usted que al poeta, antes que nada, debemos juzgarle (si es que hay que juzgar siempre algo o a alguien) como poeta. Lo social viene por añadidura, por aquello de que, como usted bien sabe, es difícil librarse de esta costra que nos arrastra y nos confunde con el mundo. Pero esté bien seguro de que Miguel está aquí, en este oscuro rincón de fm|al, por «Alto soy de mirar a las palmeras», o por «Yo sé que ver y oir a un triste enfada», o por «Frontera de lo puro, flor y fría». Aprovecho también para agradecerle el comentario, saludarle y desearle un feliz año recién comenzado.
El placer es mío y duplo, el de leer a Miguel Hernández y, de paso, lo suyo. He de decir que desde hace tiempo, sólo que el pudor, cumplir plazos con la editorial, o que alguien ya lo hubiera dicho me refrenan casi siempre de dejarle alguna nota que sin duda sería extemporánea a su manera.
Hace ya demasiado que no me llego a la sierra de Orihuela, pero la erosión, las cortaduras en los pies, la sed africana del subir y la vista de la planicie desde arriba no las he olvidado. Andábamos a la caza de nidos de águilas, matanza incruenta, pues con anotar que allí estaba el bicho y cuando o cuánto criaba ya teníamos bastante para, sumando las crianzas del resto de Alicante, ir publicando nuestros líos científicos que a nadie importaban más que a biólogos alemanes, gabachos o ingleses, porque los del país iban a la caza no de bichos de ciencia sino de subvenciones estatales. Ya entonces el biólogo había dejado de ser naturalista y apuntaba al técnico ambiental, esa especie de funcionario de la bobería que carece de interés alguno por el campo. Tanto es el odio que le profesa que apenas llega al cargo lo transforma en amenos parquecitos municipales, como dije arriba, con sus sendas allanadas, sus bosquecitos de señales, sus salubridades de pura hipocondría infantil. De modo que:
El lagartijero Hernández, de haber nacido hoy, se hubiera visto forzado a escribir sobre lo fetén que es cumplir ideología del paisaje (haría versos a la seguridad vial de los caminos de la huerta, que es lo que se enseña a los zagales), jamás se hubiera atrevido a decir bellezas y rincones del cuerpo (por si la cosa ofende, que hoy quien no se ofende no es nadie), y así hubiera tenido que cumplir con el resto de pamplinas capadas que el progresismo permite ahora que ha sacado a la luz su esencia puritana, represora. No en vano nació de protestantes ilustrados.
No a su altura, Dios no lo permita, sino muy por debajo, casi rasantes, andamos dos o tres carcamales emperrados en pasarlos el castrado diccionario que hoy se usa por el forro de las impudicias, y en ir castigando premios y editoriales con nuestro rumiar paisajes que ya no se soportan, caracteres que hoy se tienen por catetos, atrasados, estúpidos y necesitados de iluminación, bichos que detestan ser mascotas, genios del monte que sólo anhelan la escopeta recortada y el cartucho de sal para espantar senderistas, y así hasta completar un pequeño catálogo de la ruina que conforme se publica cumple su ambición de pedrusco literario en el blando camino de la modernidad ideologizada.
Y no desvarío más. Al menos en esta su página, que ya he abusado de su hospitalidad. Y, demonios, es la hora del desayuno.
Saludos
Jose A.
En absoluto es desvarío. Y ha quedado además la estela de unos cuantos párrafos con palabras sonantes, que no son tampoco habituales en la jerguilla 2.0. Le alabo su prosa: no es inconveniente alguno poner aquí lo que considere, José Antonio. Un saludo.
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