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Eduardo Arroyo | 26 de febrero de 1937
Autorretrato, 2011
No es privativo de lo que opta a cualquiera de las formas de la belleza el pensamiento. Las meninas o La familia de Felipe IV refleja e ironiza sobre un estado de cosas, amalgamando infantas, excelsos cortesanos marginados por su baja estatura (solo hay que leerse El misterio Velázquez del inmenso Eliacer Cansino para imaginarlo), un pintor resabiado o su reflejo y hasta un perro. Los campesinos de Van Gogh que devoran patatas en una lúgubre intimidad hacen más por Fourier que cien tratados modernos de cooperativismo. El Guernica picassiano fue el más certero artefacto (y sin causar muertos, ni siquiera heridos) de la guerra que adoquinó de espanto a España entre 1936-1939 y su morboso etcétera de cuarenta años.
Digo esto porque El camarote de los hermanos marxistas, la obra (arriba, sobre el fotograma) que más me emociona de este Arroyo pintor, escultor y pensador, es una que triangula tres creaciones del siglo XX (el marxismo, el humor surrealista y la novela confesional de Joyce, ese Retrato del artista adolescente). Y lo hace con gracia, a lo mejor con esa ironía velazqueña que traspone a nuestros días esa desazón entre lo estático que se pinta y lo tenso de lo que se representa: el dibujo esquemático, casi de videojuego, de un humor ‘matemático’, y la ideología, que acaba por forzarlo y sacarlo todo de contexto, justo lo que el artista ejecuta en esta pintura burlesca.
De paso esta obra introduce varias de las inquietudes de Arroyo, como la cultura (el cine y el juego incluso con el Guernica), la literatura (Joyce, para cuyo Ulysses también realizó ilustraciones) y el retrato. Aparte de tener presente siempre en su obra plástica a autores literarios como Ganivet o Balzac (le dedicó toda una serie), Arroyo es ese espécimen un tanto raro de artista que también escribe. Son especiales sus biografías y autobiografías, con un velo de magia sobre las situaciones y los personajes de su entorno (Minuta de un testamento, Bazar Arroyo).
Yo no hablaría de una hora de Arroyo como artista (que, por desgracia, se ocultó muy recientemente, a finales del año pasado), sino de un modo, de una forma de ser como artista y como persona (lo que puedo conocer, lo que me ha podido trascender de él). Da la impresión, a pesar de que se lo liga a una corriente de figuración y pop art, que pudiera haber sido el pintor, el escultor, el escenógrafo o el escritor que de hecho fue en cualquier recodo del tiempo, y siempre afablemente crítico y amablemente desilusionado, a pesar de las aristas de una época. O precisamente por ellas.
Nota o arroyo de nota:
La actualidad quiere que en estos días –con centro en el día de mañana, precisamente– se rinda homenaje al artista, en el Museo Reina Sofía:
Actividades en recuerdo a Eduardo Arroyo
Hay una curiosa convivencia de música y arte (¡qué poco frecuentes son en estos días!) en este proyecto montado con ocasión de una exposición de Arroyo:
Suite Arroyo
Lo siguiente es sobre la última y póstuma exposición del multicultural Arroyo, en el Botánico:
El buque fantasma
Para tener aún más ‘reciente’ al creador, valga esta entrevista con ocasión de una muestra en el bello y único Museo de Arte Abstracto de Cuenca. Todo un documento, en su sencillez:
Gracias por la presentación de un pintor que desconocía.
Sé que no tiene relación de manera directa con tu entrada, pero me diste muchísimas ganas de ver algo de los Hermanos Marx nuevamente.
Un abrazo.
Arroyo fue revistiéndose con el tiempo de polemista, pero yo lo tengo por un artista puro. Y un artesano, un mago, por ejemplo, del collage.
Sí que tiene relación: para Arroyo esa película en concreto que le inspira el cuadro y en particular la escena del camarote suponen un punto de partida de su pintura más crítica. Gracias por la lectura atenta de siempre y el comentario, un abrazo.
Nada que agradecer, Félix, las lecturas que nos enriquecen son aquellas que nos permiten abrir el diálogo, así que en ese sentido el agradecido soy yo (en síntesis: que los agradecimientos son mutuos y que se reflejan, sobre todo en las lecturas mismas).
Por cierto, y al margen, hace un rato estaba pensando en ti, ya que encontré un par de cosas interesantes sobre el Bosco (las cuales tal vez tú ya conozcas, posiblemente) y es posible que escriba una entrada nueva (la cual no va a decir nada, sólo va a ser una serie de enlaces y poco más).
Ando en la red a los saltos, así que paso cuando puedo. Pronto volveré a pasar por tu casa.
Un fuerte abrazo.
Pues estoy deseando leerla. El Bosco (si no te importa que te desvele esta curiosidad personal) pasó de ser el terror de mis días de niño a la obsesión de adulto. Algunas figuras del tríptico ‘El jardín de las delicias’ (el lienzo más a la derecha) fueron también las de mis pesadillas (la mosca o lo que sea que está sentada en un trono con una cacerola en la cabeza). Luego me obsesioné. Del dolor del sueño ajetrado a la alegría del arte. Así que puedes imaginarte el interés :-). Gracias siempre por pasarte por casa. ¡Otro abrazo!
Ya está programada, Féix, pero insisto en que no digo absolutamente nada, sólo dejo unos enlaces.
En mi caso, conocí a la pintura en mi adolescencia, lo suficientemente grande como para que no me asustara (mis miedos por aquel entonces iban de la mano de Poe o Lovecraft); pero es comprensible que hayan sido parte de tus pesadillas. No creo que pudiera ser de otro modo tratándose de un niño. Ya me gustaría soñar hoy en día con esas imágenes (en mi pequeño librito de poemas hay alguno que termina con ese verso: «Nada más íntimo que una pesadilla» (también digo que prefiero las pesadillas a los sueños, cosa que es una pequeña exageración, pero que no deja de ser cierta).
Tengo pendiente la visita a tu casa. ¡Ya lo haré, lo prometo!
Un fuerte abrazo.
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